Café Montaigne 90
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TEMAS
Lo he escrito antes: más el padre y menos la madre. Estoy marcado más por la cercanía (ausencia, vaya) de mi padre y no tanto así, por la ausencia siempre dolorosa y añorada de mi madre. Se aman y quieren igual, pero en mi caso, la figura paterna se quedó tatuada en mi piel y esqueleto. Mi padre, el sastre José Cedillo Rivera, era mi amigo. Así crecí con él, junto a él y mi madre. Con su figura gallarda, pulcra, olorosa a tabaco y lavanda, fui forjando mi propio alfabeto. Al trabajar mi padre en casa, yo diario lo veía afanado en su tarea milimétrica y claro, convivía diario con él. Su figura se anudó no tan solo en mi memoria, sino aún hoy, habita mis letras.
Pero, sin duda alguna, los mexicanos estamos marcados por el sentimiento y la figura materna. Pero, no siempre la madre es motivo de amor, bondad, generosidad y dicha. Alguna vez en este generoso espacio escribí de una, digamos, variante de las madres, de ser madres: hay vírgenes de corazón negro. No todas las madres son buenas. No todas las mujeres son buenas ni guardan en su pecho palabras de amor y fortaleza; florituras, vaya, no. Ejemplos hay vastos y el tema hoy. Tema el cual debe de desarrollarse en un amplio ensayo el cual debe de reposar en un libro de gran calado. Hoy, sólo escribimos este liminar para entrar en materia. Liminar al cual usted puede agregar no sus heroínas, sino villanas favoritas. La memoria e imaginación no tienen límites. ¿Son todas las madres buenas y abnegadas, son todas las mujeres amorosas y desprendidas las cuales dan la vida por uno? Nada mas alejado de la realidad, una realidad la cual de tan primitiva y pedestres, por ser humana, nos acerca a los desfiladeros del vacío.
El alma de un justo varón (Sansón, por ejemplo) en la Biblia (Jueces) puede ser sometida a la nada por una mujer hábil y lisonjera. Fue el caso de Dalila, “y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia.” (Jueces 16:16). ¿Todas las madres son buenas o malas? La disyuntiva mortal sigue siendo válida hoy, pero jamás podemos generalizar. Eran mis mocedades. Tenía 4 o cinco años a lo sumo. Mi madre cargó conmigo, con el “niño” y me llevó de la mano en peregrinación por tren a la ciudad de México. Al bello Distrito Federal. El motivo ya lo adivinó: fuimos a ver a la Virgen de Guadalupe a su santuario. El anterior santuario, es decir la Iglesia, no la Basílica la cual fue posteriormente construida. Fui entonces a ver a la Virgen de Guadalupe en los inicios de los años 70 del siglo pasado. Luego de esa experiencia, fui casi cada año hasta mi adolescencia. Mi madre creía a fe ciega en la Virgen de Guadalupe. Creía en todas las Vírgenes vestidas de oro y pedrería, recamados sus vestidos con seda y telas de Damasco.
ESQUINA-BAJAN
Mi madre creía en la Virgen María como madre de Dios. Ella creía. Así crecí yo, alabando y enamorado de la Virgen María en cualquiera de sus apariciones. Por eso soy mariano en lo particular. Los hermanos cristianos nos critican agriamente este tipo de alabanzas y adoración. Nos critican no sin cierta razón: anteponemos muchas veces a la Virgen María en lugar de pedir favores y orar directamente con Dios. Muchos así crecimos. Dios no pocas veces se nos hace algo lejano y grande, tan grande como su ira desatada en muchos pasajes del Antiguo Testamento. ¿Algo tierno y cercano? La virgen María y su amoroso manto protector. ¿Hay figura femenina más grande a María, hay mujer más poderosa en el mundo. La hay hoy? Absolutamente no. Mi mamá siempre me decía, “mira hijo, la Virgen María es intercesora, es la vía más rápida para la escucha de Dios. A ella nadie le niega nada.”
Sin duda, esta es la madre ideal. La madre amorosa y abnegada la cual está disponible para llorar en su regazo y ser reconfortado en el mismo acto. Pero insisto, no siempre es así. ¿Las podemos culpar? Hay madres de todo tipo, como humanos crecemos en esta tierra ya casi yerma. Hay madres manipuladoras, como la de Jorge Luis Borges. Santa tutelar y figura grande y sombra ominosa en la figura encorvada del genio argentino. Hay madres autoritarias y ceñudas, como la mamá de Truman Capote, a quien envió de jovenzuelo a una escuela militar para así, terminar con el afeminamiento el cual ya se presentaba en el periodista y escritor a temprana edad. No pudo. Capote terminó siendo inquebrantable y rebelde. A Ernest Hemingway como a Gabriel García Márquez, los vistieron de niñas en su infancia. El problema fue uno en Hemingway: lo siguieron vistiendo de mujer hasta entrado en años, para, según la madre, pareciera la gemela de su hermana. Lo vimos en texto anterior, Hemingway culpó a su madre del suicidio de su padre. Le gritaba “perra” todo el tiempo.
Pues sí, para desgracia, no todas las madres son como la poderosa e inmaculada Virgen María. Es la más grande madre, la más admirable, la más alta, la venerable Virgen María. La devoción a ella es un fenómeno mundial. Todo país tiene a su Madre grandísima, a su Virgen María, a su patrona. ¿Un motivo? La necesitamos para nacer. Así de sencillo. Sólo las parejas de homosexuales y lesbianas tal vez y ahora debido a las leyes protectoras, pueden procrear entre ellos. Así lo creen. Aún no ha nacido ese niño. En fin. Por eso la Virgen María es necesaria. Buena o mala, necesaria. Honoré de Balzac y Silvia Plath culparon a su madre de todo lo malo en su vida…
LETRAS MINÚSCULAS
Hay mujeres de fuego. Vírgenes de corazón negro. La mujer de Job, le dijo tal cual: “Maldice a Dios y muérete…” (Job 2:9).