Carátulas vemos, corazones no sabemos
COMPARTIR
TEMAS
Esto que en seguida voy a contar no se lo deseo ni a mi mejor amigo. La historia es absolutamente cierta, y si alguien no la cree es porque no tiene la mínima noción de eso que llaman “cálculo de probabilidades”. Es decir, no tiene idea de lo que a él mismo le puede suceder.
¿En dónde sucedió la historia? En cualquier parte. Las historias que verdaderamente importan son las que pueden suceder en cualquier parte. Alguno me dirá: “Hamlet sólo pudo pasar en Dinamarca”. Estoy de acuerdo. Pero la historia de Hamlet no importa a fin de cuentas. Es una historia para actores. La de Romeo y Julieta sí. Por eso Leonard Bernstein la situó en Nueva York, y funcionó tan bien como en Verona.
El protagonista de mi relato es un hombre joven que... No, no es cierto. Él no es el protagonista de la historia: es sólo el instrumento de la tragedia. Y, para colmo, instrumento de una tragedia que ni siquiera llegó a ser conocida. Esa circunstancia hace que la tragedia sea menos trágica. La verdadera protagonista de esta historia es una mujer. Es como la historia humana; en el fondo la protagonista verdadera es Eva, no Adán.
Comoquiera el hombre joven que dije interviene en el relato. Lo inicia, propiamente. Sigámoslo, para así poder seguir el curso de la historia. Se ha conseguido una amiguita y se dispone a pasar con ella un agradable rato en un motel de paso. Lo primero que mira al entrar en el motel es el automóvil de su socio, un hombre joven como él con el cual ha formado una exitosa empresa. El automóvil, inconfundible, está en la cochera de una de las habitaciones. Su conductor, en la prisa por llegar, no se acordó ni siquiera de cerrar la cortina correspondiente. Tampoco puso los seguros a las puertas de su coche.
Así, el recién llegado decide jugarle una buena broma a su amigo. Va con pasos cautelosos, abre la puerta del vehículo y quita la carátula del estéreo, que es de esos desmontables para evitar que se los lleven los ladrones. Con cuidado cierra otra vez la puerta, sin ruido, y luego se va a hacer lo que vino a hacer.
Por adelantado se regocija con el bromazo que va a jugarle a su amigo. ¡Tan formalito él, tan serio! Siempre dijo que ese tipo de aventuras le parecía detestable en un hombre casado. ¡Hipócrita! Mañana le entregaría la carátula y le preguntaría dónde la perdió.
Al día siguiente, en efecto, va a la oficina de su socio. Lleva la secuestrada prenda en una mano puesta a la espalda, para que el otro no la vea.
-Hola -lo saluda con retintín-. ¿Cómo te fue ayer?
El amigo responde muy molesto:
-¡Anda, estoy bien encabronado! Le presté el coche a mi señora y le robaron la carátula del estéreo.
Aquí acaba la historia. O más bien no: acaba en el lote baldío donde el amigo bromista fue a tirar la carátula robada. Como se ve, las historias tienen a veces final inesperado. Y si en la historia aparece una mujer ese final inesperado llega siempre.