Curdas y crudas
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Hace algún tiempo el famoso Club “El Pájaro Dormido”, de Monterrey, celebró uno más de sus aniversarios. Cuando los socios –todos señores de provecta edad- salíamos de su recinto un borrachín nos vio pasar y comentó con acento despectivo:
-¡Mmm! ¡Puro ganado de desecho!
Jamás me había sentido tan deshecho. Las palabras del ebrio me laceraron el alma y la dejaron dolida y lastimada. Esa noche, recuerdo, no pude conciliar el sueño. Mil pensamientos acudieron a mi confusa mente. De pronto dos palabras llegaron hasta mí como sendos relámpagos que iluminaran la densa oscuridad. Esas palabras fueron: “Carpe diem”. Las escribió Horacio en una de sus Odas (I, 11,8), y quieren decir: “Agarra el día”. La frase completa reza así: “Carpe diem quam minimum credula postero”. Traduzco más o menos libremente: “Agarra el día de hoy, pues no puedes confiar, ni aun un poco, en que tendrás el de mañana”.
Esa frase y la del borracho, juntas, tuvieron la contundente fuerza del rayo que derivó a Saulo de su cabalgadura. Como él, abrí los ojos. Menos afortunado que el romano no se volvieron los míos hacia el cielo, antes bien se movieron hacia las cosas de la tierra. Si pocos son los años que me quedan, medité, he de hacer lo que aconseja el Eclesiastés -palabra santa es ésa, pues viene en la Biblia-, a saber, disfrutar las buenas cosas de la vida antes de que se me acabe.
Con ese pensamiento en mente al siguiente día de aquella ocasión fatal asistí a una cordial comida con amigos decidido a comer igual que Gargantúa y a beber más que Pantagruel. “Semel in anno licet insanire” decían los hombres del Medioevo: “Es lícito cometer locuras una vez al año”. Aquellos dos objetivos conseguí, el de beber y comer bien, pues la mesa en torno de la cual nos reunimos era, como dice el romance castellano, “a lo italiano vistosa, a lo español opulenta”. Y a lo mexicano sabrosa, añado yo.
Las libaciones, escanciadas con frecuencia, hicieron su natural efecto, y a poco podía yo decir lo mismo que Baltazar de Alcázar: “... ¡Alegre estoy, vive Dios! / Mas oye un punto sutil: / ¿no pusiste ahí un candil? / /¿Cómo me parecen dos?...”.
Empecé bien, por tanto, mi tarea de agarrar cada día que Dios me quiera dar de vida para exprimirle todo el jugo que me pueda dar.
Espero seguir cumpliendo esa tarea con bien para mi prójimo y sin mal para mí mismo. Debo decir que entre las muchas y muy variadas bendiciones que del Cielo he recibido está la de no saber qué es una cruda. Ignoro qué generoso gen anida en mí, el caso es que mi cuerpo no resiente los efectos que el vino y los licores suelen causar a la mayor parte de quienes los degustan. Gustosamente los he gustado yo, en ocasiones con reprobable exceso, y sin embargo al día siguiente de la noche anterior amanezco pimpante, fresco y lozano como una verdolaga, sin los copiosos malestares que de las crudas o resacas suelen derivar. He visto a amigos míos pedir en ese trance hospital y confesión.
Los pediré yo alguna vez, seguramente, pero no será por causa de haber tomado vino, sino vida, y haber agotado ya la copa. Dios me deje en la tierra el tiempo que dicte su misericordia, y haga que me cubra como madre cuando sea su divina voluntad.
PRESENTE LO TENGO YO
Catón
Cronista de la Ciudad
ARMANDO FUENTES AGUIRRE