¿De quién es el problema de los ‘ninis’?
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De cuando en cuando llegan a mi oficina una pareja de padres atribulados.
-¿En qué les puedo ayudar? –les pregunto después de saludar y socializar un poco–.
-Tenemos un problema con un hijo. Ya lo hemos cambiado de escuelas en secundaria y preparatorias. Y no ha terminado la “prepa”. No ha sido por problemas de disciplina o inteligencia, pues siempre ha pasado de año. Y ahora se la pasa en la casa y dice que va a terminar en la “prepa” abierta. Nosotros queremos que estudie para hacer una carrera profesional.
Este problema, de “no querer estudiar”, se repite en incontables hogares por múltiples razones: al joven no le gusta la escuela o no le cae bien los maestros, o se aburre porque las clases no son divertidas. Y las escuelas y maestros tratan de resolver el problema mejorando las técnicas de enseñanza, creando un ambiente “juvenil”, integrando nuevas tecnologías educativas, nuevas herramientas didácticas, castigando y reprobando al que no “estudia”. Y así progresan la escuela y los sistemas educativos… pero el alumno mantiene la actitud de “no querer estudiar”, pasivamente, memorizando lo que quieren la maestra o sus padres para sacar una calificación pasadera (o conseguir unos “maestros o padres pasalones” que claudican en su esfuerzo de “hacer estudiar al que no quiere estudiar”). La causa del problema es evidente: “no quiere” estudiar
Gran parte del problema no radica en la motivación del alumno, sino en la motivación de los padres que “quieren” que estudie, sin darse cuenta la manera cómo contribuyen a la falta de motivación juvenil.
“Querer estudiar” realmente es algo difícil porque presupone un “querer aprender”. Aprender significa algo muy diferente en la mentalidad juvenil y en la mentalidad adulta. Para un joven significa satisfacer una curiosidad personal, una información que necesita en ese momento: relacionarse con una joven, atraer la atención de alguien, manejar un coche, un juego, un deporte lo cual no implica dominar las matemáticas, conocer la economía de Rusia, saber en cuántas batallas triunfó Napoleón. Aprender es motivante cuando hay un “para qué” casi inmediato o un sueño poderoso vocacional como la medicina, la ingeniería, la justicia, etc.
Muchos jóvenes adultos estudian porque quieren aprender a trabajar, ser expertos en un trabajo. Los educadores tienen muy claro que hay que enseñar a estudiar, pero olvidan que lo más importante en la vida es saber trabajar de manera competente. Muchas veces en las escuelas y los hogares dictan elocuentes sermones acerca de la importancia de llegar a ser alguien –lo cual quiere decir alguien que es experto en un trabajo y no solamente ser un estudioso–, que generan desde aburrimiento hasta ilusiones, fantasías, ideales frente a algo difícil de llevar a cabo.
Las escuelas y maestros que se enfocan a enseñar a trabajar para ganarse la vida propia y la de los demás, son los que logran los mejores resultados académicos. Vivir significa trabajar y aprender esa disciplina fundamental, enseñarla en la primaria, secundaria y profesional significa practicarla todos los días, es enseñar a vivir. No sólo es el mejor proceso educativo, sino la mejor manera de crear una sociedad con mayor bienestar cada día.
Cuando la familia deja de ser un lugar donde todos tienen trabajo y tareas familiares, pierde su razón de ser y se convierte en un paraíso de “ninis” auspiciado por los padres. Cuando no había escuelas los padres enseñaban a trabajar y no existían los “ninis”. Hoy en cada familia hay dos opciones: aprenden a trabajar en la escuela o trabajan fuera de ella y aprenden que vivir es trabajar… “O aprendes o trabajas porque aquí no hay lugar para holgazanes mantenidos”.