Dos torres intactas
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En isla y con agua próxima del Sena.
Y las llamas se elevan poderosas. El humo ennegrecido va cubriendo los cielos de París. Se está quemando la Catedral de Notre Dame. Los techos caen estrepitosamente. La espigada aguja gótica se va ladeando hasta desplomarse por completo. Queda ennegrecido el rosetón.
Es lunes de Semana Santa este 15 de abril. La comunidad de fe se va reuniendo en las cercanías. Se elevan hermosos cantos polifónicos frente al desastre. Después de grandes esfuerzos quedan las dos torres intactas. Es el rostro peculiar arquitectónico de ese estilo gótico original. Incluye las ojivas dentro de esos límites de rectos márgenes regulares.
Esas dos torres intactas parecen hermanarse con la comunidad que canta la firmeza de la fe de Francia misionera y esperanzada. Se estremece la historia europea. Seguramente vendrá pronto la solidaria ayuda continental y mundial para la reconstrucción de naves renovadas. El fuego vino a acelerar el trabajo demoledor del tiempo. Ya era necesario estrenar lo nuevo con lo mismo que se estaba invirtiendo en restaurar.
Las torres forman parte de la fisonomía urbana de Paris, junto con el Arco de Triunfo, el río Sena y la torre Eiffel. Fue respetuosa la llamarada. Fue voraz para hacer arder todo lo que se estaba deteriorando, pero respetó lo peculiar. Puede ahora estrenar el recinto sacro una nueva juventud de estructuras reforzadas y materiales modernizados. Conservará su habitual fachada Inconfundible para seguir recibiendo visitantes de todo el mundo.
Ya se va caracterizando París por las alianzas de urbanización en que se entrelaza lo moderno y lo posmoderno con lo antiguo y con lo arcaico. Por eso, frente al edificio del Museo de Louvre, en la misma explanada, se eleva esa translúcida pirámide construida frente a respetables sillares milenarios. Podrá ahora el ingenio de los creadores de espacios contemporáneos unir la tradición del pasado glorioso con los actuales recursos tecnológicos, y la funcionalidad de las últimas soluciones y propuestas de la arquitectura moderna.
Será también una oportunidad para una renovación pastoral de la comunidad de fe.
Fiel a las dos columnas siempre intactas: Pedro y Pablo, y sobre el perenne cimiento de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, Mesías, Salvador, muerto y resucitado a vida gloriosa, encontrará nuevos métodos, nuevas expresiones y presencias inéditas para seguir sanando, iluminando e inspirando.
Dedicado el templo a la señora, virgen y madre María de Nazaret, conservará la sencillez de su nombre porque denota pertenencia y fidelidad: Notre Dame, nuestra Señora, Señora nuestra. La que siempre dice, como en Caná: “hagan lo que Él les diga”, señalando a su Hijo Jesús.
Por cierto, esperamos que, después del tremendo fragor, también haya quedado intacta una fiel reproducción del ayate de Juan Diego, con la imagen de la madre de Dios aparecida en México, en el cerrito del Tepeyac. El viajero podía contemplarla en la nave catedralicia izquierda de la ciudad luz como una sorpresa con sabor de inesperada bienvenida.
Acompañamos a la comunidad de fe que peregrina en París en sus sentimientos de pesar y al mismo tiempo de esperanza. Sus cantos frente al incendio, antes de la Pascua, nos hacen adivinar sus sueños de una nueva iglesia madre, con la misma sonrisa en la piedra frontal y los nuevos ámbitos en que seguirán resonando los cantos de muchas generaciones...