Drogas, municiones y cartas suicidas

El psicólogo clínico Carlos Adolfo Esquivel Mascorro, del Centro de Salud Mental de Gómez Palacio, Durango, se valió de una lapidaria metáfora para describir la poca eficacia y el carácter simplista del tan llevado, traído y vehementemente denostado Operativo Mochila Segura: “es como ponerle un curita a un paciente de cáncer”.

En una sociedad que apenas comienza a superar la conmoción que dejó la tragedia del pasado 10 de enero en el Colegio Cervantes, el Operativo Mochila ha sido abordado en la última semana con diferentes ópticas: desde quienes lo critican por considerarlo violatorio de la privacidad y los derechos humanos de los infantes, pasando por autoridades educativas que reconocen que con su implementación no se soluciona ningún problema de fondo, hasta padres de familia que ven en este mecanismo de revisión un remanso de tranquilidad, al menos momentáneo, ante la zozobra de que sus hijos pudieran verse en medio de una situación de violencia en sus planteles escolares.

Si bien, ante la magnitud de la cloaca que destapó la tragedia del Cervantes, preocuparse por analizar un aspecto tan superficial del problema como el Operativo Mochila puede ser ocioso, los resultados que éste ha arrojado durante los últimos días en la Región Lagunera no son poca cosa, pues han bastado para evidenciar no solo los entornos nocivos en los que muchos niños se desenvuelven, sino también su deteriorada salud mental.

En menos de dos semanas, los hallazgos que resaltan son: los residuos de droga que se encontraron en la mochila de un niño en Matamoros, una pistola falsa en la de un niño de Torreón, una carta suicida hallada entre los libros de otra alumna matamorense y, de nuevo en Torreón, el caso de un alumno que mostró a otro la fotografía de un arma y advirtió que un día se quitaría la vida utilizándola. Todo esto en Coahuila. Pero en el caso de La Laguna de Durango, donde también se aplica el operativo, la semana empezó con el hallazgo de dos balas en la mochila de un alumno de la secundaria Isaac Newton, de Gómez Palacio. En este mismo plantel, el año pasado, una alumna había amenazado con perpetrar una masacre al estilo de los ataques en escuelas de Estados Unidos. Al igual que José Ángel, el niño atacante del Cervantes, la alumna de la secundaria Isaac Newton estaba obsesionada con la matanza de Columbine. Sin embargo, las amenazas que lanzó por redes sociales no fueron echadas en saco roto y se contuvo un posible riesgo.

La semana pasada, en este mismo espacio, analizamos la situación de los menores infractores en el país y exponíamos que al menos 3 de cada 10 jóvenes encarcelados en México refirieron que en su entorno inmediato era habitual el consumo de drogas, además de que 2 de cada 3 aseguraron tener acceso fácil a armas. Entornos así de nocivos pueden encubar conductas delictivas.

Esta problemática reclama acciones de fondo. Un país con niveles de impunidad del 98%, un país en el que ingresan por año 200 mil armas ilegales, un país en el que crece el consumo de drogas sintéticas entre la población joven, un país que por quinto año consecutivo superó sus récords de homicidios dolosos al cerrar 2019 con 35 mil 588 víctimas, un país en el que la violencia estructural y la desigualdad se perpetúan, no puede seguir quedándose a la mitad del camino.

Mientras siga habiendo niños que llevan en sus mochilas rescoldos de droga, municiones y cartas suicidas, el tan quimérico objetivo de la “recuperación del tejido social” como idealista antídoto de la violencia, sonará más hueco, más fútil, más inalcanzable.

@manuserrato