Lo ritual del teatro

Opinión
/ 5 septiembre 2024

En el principio el teatro era ritual. Sea que tomemos la clásica asunción de que el teatro occidental surgió en la Grecia del S.V y VI, o que ampliemos nuestra visión para pensar en orígenes más antiguos o en otras regiones, el teatro surgió de la necesidad de comunicar, especialmente, de comunicar lo invisible.

En la Antigua Grecia, los ritos a Dioniso, dios del vino y de la fertilidad, introdujeron dentro de las celebraciones las representaciones de mitos; pero más allá de la transmisión de conocimiento, existía también el acto de purgar el espíritu. Lo que en inicio era una fiesta caracterizada por procesiones y cantos de hombres vestidos de sátiros – de ahí el termino tragoedia, canto del macho cabrío – se transformaría con los años en lo que Aristóteles describía como la imitación de carácter elevado que mueve a la compasión o al temor; sentimientos que, por cierto, eran considerados purificadores.

Si a la comedia se le acostumbra percibir como un género menor a su hermana, la tragedia, es sólo por un enfoque en la forma de contar, más que en los motivos de su origen, pues se considera que ambos géneros teatrales aludían a temas relacionados con la fertilidad. Éste término que se pensaba inevitablemente unido al ciclo de nacimiento y muerte, la gran realidad de todo ser viviente. De la misma forma, otros ritos alrededor del mundo cuya práctica se considera poseedora de “teatralidad” tienden a girar alrededor de temas existenciales y místicos, de nuevo, aquello que es transmisible por un lenguaje más allá de las palabras.

El teatro evolucionó y con ello sus usos, pero parece siempre tener esa cualidad de actividad social y de función ritualista. Los dioses cambian, las motivaciones no tanto. Cualquier teatro rinde tributo a algo, si no es a una deidad es quizás a la propia belleza estética o a una ideología o a la propia jerarquía social y el statu quo. El teatro que no lo hace es un teatro sin sentido. Justamente, la evolución del arte dramático se da en ciclos de búsqueda y pérdida del significado de hacer teatro.

A finales de la década de 1950, un Peter Brook bastante pesimista reconocía que las personas seguían teniendo la necesidad de tener rituales, pero sin saber exactamente cuáles serían estos. Se exigía al artista una profundidad que no se sabía dónde encontrar, lo que llevaba lastimosamente a más rituales vacíos; referencias al pasado que entonces ya no significaban nada. Entonces, dice Brook, se llegó a la conclusión de que el teatro sagrado era lo que debía morir.

A lo largo de la historia del teatro – y tal vez de todo el arte – existe siempre una guerra entre la frivolidad y lo que se juzga profundo. No es que sea característico de una época, me parece que siempre existe el riesgo de que el arte se vuelva elitista, narcisista, demasiado ocupada en sí misma o demasiado ocupada en complacer. La guerra por no caer en el sin sentido es una guerra que se libra todos los días. Trabajar por el aplauso es demasiado tentador y acaso algunos crean que para eso es para lo que vive el artista, especialmente el escénico.

La verdad es que la mayoría de los artistas teatrales trabajan por otra cosa, aunque a veces se olvide. Si el punto culminante de una obra teatral, bien puede ser – y se espera que sea – la ovación, Brook también recuerda que en el extremo opuesto existe el silencio. Es en el silencio del espectador en el que vive aún aquello de ritual que sobrevive en el teatro. El silencio de un espectador embargado por algo que entiende pero que no logra explicar, pero también el silencio del actor que percibe que el lenguaje de las palabras ha sido sobrepasado por aquello que se quiere mostrar.

No extraña que Brook haga referencia a Antonin Artaud cuando habla de éste teatro posible. Era Artaud quien afirmaba que “todo verdadero sentimiento es en realidad intraducible”. El silencio real siempre parece venir de las entrañas, causado por alguna potencia que no se puede explicar y que quizás no se debería explicar.

En una era en la que todo es googleable, lo sagrado se encuentra en lo que aún hay de inexplicable en la experiencia humana. Quien sabe y es hacia allí que debería caminar el teatro.

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