Entonces, ¿todos ganamos?
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Hoy por la tarde, el presidente Andrés Manuel López Obrador encabezará un mitin “de festejo” en la ciudad de Tijuana, luego de alcanzar un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos mediante el cual se conjuró la amenaza de aranceles extraordinarios a las importaciones de productos mexicanos al vecino país.
La concentración fue originalmente planteada por el titular del Ejecutivo como “un acto de unidad en defensa de la dignidad de México y en favor de la amistad con el pueblo de Estados Unidos”, al cual se invitó a todos: líderes religiosos, mandatarios de todos los colores, dirigentes de organizaciones sociales, ministros de la Corte…
López Obrador incluso se animó a ponderar su convocatoria “con tiempo” –el anuncio lo hizo en la mañanera del jueves–, pues en su cálculo el acto deberá congregar a personas de todo el País y por eso “los que quieran asistir, pues ya empiecen a prepararse, porque es donde comienza nuestra patria y lleva tiempo el traslado a Tijuana”.
Pero como ya se resolvió el entuerto, pues las patrióticas vivas de hoy serán coreadas en señal de júbilo y no como invectivas lanzadas hacia el otro lado de la línea divisoria.
Curioso caso el de este episodio de tensión entre México y Estados Unidos, pues al desenlace del mismo todo mundo celebra, alza el puño en señal de victoria y entonces da la impresión no de haber zanjado un diferendo sino de haber conquistado una victoria perseguida en plan de cuates.
El epílogo de la historia, dada la celebración en ambos lados de la frontera, casi convoca a pedirle a Trump, como a los buenos mariachis, ¡ooootra!, ¡ooootra!, ¡ooootra!
Porque si de los arrebatos tuiteros del principal inquilino de la Casa Blanca vamos a salir así, jubilosos, inundados de ánimo festivo, con las reservas de confianza recargadas y convencidos del poderío de la unidad azteca, pues de una vez hagamos de esto una rutina semanal…
¡Venga la siguiente amenaza, señor Trump! ¡Y súbale a la apuesta! Al cabo para eso tenemos a nuestro supercanciller, don Marcelo Ebrard, quien nomás se instala en la atmósfera primaveral washingtoniana y se vuelve un mago de las negociaciones y el acuerdo bilateral.
Claramente la realidad es muy diferente: a pesar de los cuetes, las fanfarrias y el exacerbado ánimo chauvinista con el cual hoy celebramos la “suspensión indefinida” de la amenaza arancelaria, de este episodio de confrontación sólo ha surgido un claro y contundente ganador: el candidato presidencial republicano Donald Trump.
¿Cómo se sostiene esta afirmación? El argumento es simple, pues la obra duró apenas una semana y entonces resulta muy fácil reconstruir el guion.
Primer acto: México y Estados Unidos estaban tan campantes, recreando sus relaciones bilaterales en el ambiente de tensa calma –pero bajo control– al cual nos tiene acostumbrados mister “soy un genio extremadamente estable”. De pronto, un tuitazo: o paran la inmigración ilegal o les voy a imponer unos aranceles especiales a partir del 10 de junio.
Segundo acto: mostrando una rapidez insospechada para su estilo habitual de articulación, el presidente López Obrador respondió con una carta en la cual propuso el diálogo, pero dejando claras dos cosillas: ni es timorato ni le falta valor. Y uniendo la acción a la redacción despachó de inmediato a su canciller en el primer asiento disponible en un avión con destino a Washington. Su misión: conjurar la amenaza hipnotizando al interlocutor.
Intermezzo: todo mundo especula, advierte de las catastróficas consecuencias de las medidas anunciadas desde el ciberespacio, desgrana cifras y señala con precisión los sectores en los cuales veríamos las más graves repercusiones. Frente a tales posiciones Trump reitera, impertérrito, su advertencia: o detienen la migración o habrá sanciones.
Tercer acto: tras sucesivas jornadas de negociaciones se anuncia el triunfo del diálogo y el arribo a la tierra de la conciliación. Estados Unidos se olvida de los aranceles extraordinarios y México recuerda la existencia de algunos artículos de sus propias leyes a cuyo cumplimiento estricto se compromete. Las partes se dan 90 días para “evaluar” los avances.
¡Y ya! O sea: ¡todo volvió a la normalidad! Regresamos al estatus previo al tuitazo y demostramos la superioridad moral de nuestra postura pues, a diferencia de la pretensión de Trump… ¡esto se arregló dialogando!
Bueeeeeeeeno, hay un pequeño detalle ahí; una insignificancia cuyo señalamiento sólo retrata el espíritu “fifí” de este espacio de opinión: nosotros, los mexicanos, no obtuvimos nada, más allá de conjurar la amenaza de un garrotazo. Trump, en cambio, obtuvo exactamente lo exigido: el compromiso del gobierno de nuestro País de contener, a nuestra costa, el flujo de migrantes hacia los Estados Unidos, es decir, nada más lo ofrecido por él a su base votante, con miras a sus aspiraciones reeleccionistas.
Por cierto: la contienda electoral en los Estados Unidos ni siquiera ha comenzado… y nosotros vamos a celebrar hoy, disfrazados de piñata.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx