‘Estafas de fe’: ¿es posible erradicarlas?
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Uno de los signos que evidencian el atraso que aún sufrimos en materia de educación es el hecho de que los “comerciantes de la fe” -desde ministros de culto religioso hasta curanderos y adivinos de toda laya- sean tan exitosos en la venta de su mercancía.
Y es que no se explica de otra forma que las personas puedan ser engañadas con tal facilidad por individuos que, sin otra herramienta que su capacidad de persuasión, les convencen de poseer los “secretos” o los “poderes” necesarios para aliviar sus males o resolver sus problemas.
Tal es el caso del “curandero” de la Colonia Romita, Vicente Alvarado Barbosa, en contra de quien se acumulan las denuncias de fraude por parte de personas que aseguran haber sido engañados por aquel, tras afirmar que padecían una enfermedad grave y sólo él podía garantizarles que el desenlace del padecimiento no resultara fatal.
Nada justifica -al menos no legalmente- que un individuo reciba dinero -o pagos en especie- de otro a cambio de un bien o servicio que no puede entregarle o que realmente no necesita porque se trata de un “remedio” para un padecimiento o un problema inexistente.
En ese sentido, cabrá esperar que las autoridades responsables de procurar justicia actúen con eficacia en el caso y procedan a llevar al “curandero” Alvarado Barbosa ante la justicia, a fin de que sus víctimas sean resarcidas por el daño que han sufrido.
No basta, sin embargo, que las autoridades actúen en este -o en cualquier otro- caso y actúen en contra de los estafadores que venden esperanza gracias a la credulidad de quienes acuden a ellos.
Dado que se trata de un fenómeno extendido, sería importante que las autoridades educativas -federales y estatales- tomaran cartas en el asunto e iniciaran el diseño de programas específicamente orientados a combatir las supersticiones que conducen a tantas personas a manos de quienes se dedican al comercio de la fe.
No existe un remedio más eficaz en contra de los estafadores que la educación. Y los casos que han sido documentados en nuestras páginas en los últimos días lo demuestran de forma contundente: para que una persona sepa si realmente padece una enfermedad mortal basta con que acuda a una institución de salud y consulte a un médico.
Y es que si una persona es capaz de reunir cientos de miles de pesos para entregárselos a un “brujo”, es igualmente capaz de pagar por los servicios de un profesional de la medicina y obtener de éste un diagnóstico basado en evidencias científicas.
¿Qué conduce a una persona a optar por confiar en la “experiencia” de un chamán, un adivino, un curandero o un brujo? Es difícil responder a la pregunta anterior con una expresión distinta a “la ignorancia”.
Ése es el enemigo a combatir y es en contra del cual cabría enfocar las baterías de las instituciones públicas.