Historia de un vestido
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Este día voy a contar la historia de un vestido. No todos los vestidos tienen historia, pero éste sí la tiene. Y es una historia interesante. Cuando su dueña llegó luciéndolo a una boda las demás señoras no pudieron ocultar una mirada de envidia. (La envidia es admiración hecha pecado). Y es que en verdad el vestido era rutilante. Cualquier actriz de ésas que van a la entrega de los Oscar se habría sentido orgullosa de lucirlo. Parecía diseñado por algún modista internacional. Por tener un vestido así todas las invitadas a la boda habrían dado... No puedo decir qué habrían dado. Y ellas tampoco lo pueden decir. Con aplomo y serenidad la dama que lucía este vestido ocupó su lugar en la mesa. (A las mujeres el aplomo y la serenidad se los da el vestido. A los hombres lo que nos da serenidad y aplomo es la cartera). Se sentó, pues, la señora, y paseó una mirada por la mesa, esperando el comentario que seguramente su vestido iba a suscitar. Se hizo una larga pausa. Ninguna de las invitadas quería ser la primera en dar a ver que el vestido que traía la del vestido era mejor que los vestidos de todas las demás. Una, por fin, rompió el silencio. -Qué hermoso tu vestido -le dijo-. ¿Dónde lo compraste? Ni de Laredo ni de McAllen podía ser ese vestido, habían pensado las señoras... De San Antonio, probablemente... Y quizá ni de San Antonio... A lo mejor ésta fue a Nueva York, y allá se lo compró... Ninguna de esas suposiciones fue acertada. Las señoras se quedaron turulatas cuando la dueña del vestido dijo con toda naturalidad: -Lo traje de Turquía. ¡Turquía! pensaron todas. ¿Dónde estaría eso? Alguna, en su interior, trató de establecer alguna relación de ese país con Las Mil y Una Noches. Y sí, en el vestido había algo de oriental; algo de exótico que los vestidos americanos no tienen. Una de las presentes hizo la pregunta que todas querían hacer: -Y, si no es indiscreción, ¿cuánto te costó? Más turulatas aún quedaron las señoras cuando escucharon la escueta, lacónica respuesta que la dueña del vestido dio. Cuando le preguntaron cuánto le había costado el vestido, respondió simple y sencillamente: -Nada. Lo que dijo la señora era absolutamente cierto. La conozco, y sé que es incapaz de decir una mentira. Al menos grande. Además, otras señoras que iban con ella cuando adquirió el vestido corroboraron su relato. Fíjate bien que dije: “adquirió”, y no: “compró”. Son cosas muy distintas. Comprar implica pagar con dinero. Y la señora no pagó este vestido con dinero. Sé lo que estás pensando, pero tampoco con eso lo pagó. No lo pagó con nada. Lo adquirió. Y “adquirir” quiere decir lograr algo, conseguirlo, ganarlo para sí. ¿Cómo logró, ganó o consiguió su vestido esta señora? Dejemos que ella misma nos lo cuente. Pero eso será hasta mañana, porque hoy el espacio ya se me terminó. (Continuará).