Islo, de Saltillo para el mundo
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La verdad es que el deporte nunca ha sido mi fuerte.
Tampoco el mundo de los coches.
Ni mucho menos el de las motocicletas.
Es una mezcla como de desinterés con incapacidad, lo echa en una licuadora y sale apatía.
Hace cosa de un año la dirección del periódico me hizo una extraña asignación.
Digo extraña para mí porque generalmente cubro otros temas.
Me encargaron que hiciera un reportaje sobre la legendaria Moto Islo.
Y de entrada me latió.
De inmediato supe que ahí había historia.
Una rica historia.
Y así fue.
Hacía poco que la moto, 100 por ciento saltillense, como el sarape o como el pan de pulque, había cumplido 50 años.
Y me lancé a las calles a la caza de la historia de la Islo, este singular vehículo ideado por el visionario don Isidro López, el del GIS.
Lo que encontré, recorriendo las calles de la ciudad tras el rastro de la Islo, fueron hermosas anécdotas de aficionados a esta moto, ellos se hacen llamar Isleros, que atesoraban sus motos en garajes, bodegas, cocheras, talleres, como valiosas reliquias, como joyas.
Y los recuerdos en torno a estas máquinas casi que me hacen llorar.
Fanáticos de la Islo que contaban de sus abuelos que habían sido aboneros, lecheros, mensajeros, y se habían transportado en una Islo.
Una moto, mejor incluso, decían que las italianas, las japonesas y las gabachas.
Me topé incluso con un grupo, no sé si decir gueto, de jóvenes amantes de la Islo, isleros de corazón, que ostentaban, presumían, sus motos al puro centavo.
Chicos que no habían nacido cuando la Islo ya era la Islo.
Pero que habían heredado la pasión por esta moto.
Y platiqué con cantidad de señores que habían trabajado como obreros en la memorable fábrica Motoislo.
No sabe con qué nostalgia contaban de sus años gloriosos en la planta.
De las carreras tan afamadas, de pilotos que brillaron, de la época de oro de esta moto que, por si no lo sabía, fue la primera moto que se fabricó en Latinoamérica, y que, por cierto, se fabricó en Saltillo.
Me enseñaban fotografías en blanco y negro o a color ya desteñidas por el tiempo, fotos de ellos trepados en sus magníficos caballos de acero.
Después me llevaban a sus garajes, desempolvaban sus viejas motos y las prendían.
Por primera vez supe lo que era rodar a toda marcha en una Islo.
Nomás me volaba la greña, créame.
Increíbles historias éstas de la Islo, y sepa que de acordarme me da vértigo.
Jesús Peña
SALTILLO de a pie