Julio Torri Maynes: ‘Lo bueno, si breve, dos veces bueno’
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La vieja sentencia de Baltasar Gracián me remite a la singular obra de Julio Torri y con ella a un lejano día de 1971, en que presenté un examen profesional sobre el aquí desconocido don Julio, a fin de obtener un título de profesora en lengua y literatura españolas. Siempre he creído que al menos dos de los tres jurados no habían oído hablar del escritor ni conocían su obra hasta que tuvieron en sus manos mi tesis. Exigua, insignificante tesis, que al menos revelaba en parte mis lecturas de adolescencia, entre las que contaba la del escritor saltillense, residente de la Ciudad de México desde que se inscribiera en la Escuela Nacional de Jurisprudencia después de haber cursado su preparatoria en el Ateneo Fuente, y se quedara en aquella capital hasta su fallecimiento a los 81 años.
El recuerdo viene porque hace unos días, Mauro Marines nos recordó el aniversario luctuoso número 50 de Julio Torri, uno de los grandes de la literatura mexicana, con una entrevista que a ese propósito le hizo a otro escritor saltillense, Armando Alanís, publicada aquí mismo en VANGUARDIA.
La entrevista califica a Torri como “uno de los pioneros en el género del microrrelato y la minificción en México”, lo que, a mi juicio, no hace mucha justicia al creador de algunas de las más bellas páginas de la literatura mexicana moderna. Ahí mismo se menciona que a dicho “género” se acogen actualmente los usuarios de las redes sociales, obligados por el número de caracteres permitidos, para expresar, muchos de ellos (esto lo digo yo), si se levantaron con el pie izquierdo o con el derecho, mera concatenación de palabras que cualquier persona puede escribir y que se exhibe desde tiempos inmemoriales hasta en los epitafios que repasan las hazañas del difunto, pero al final, tan lejana al ejercicio mismo de la verdadera literatura. La denominación de “microrrelato”, en que se encasillan las magistrales prosas poéticas de Torri, está, además, a muchos años de distancia del ilustre escritor.
En palabras de sus contemporáneos, José Emilio Pacheco hace a Torri “el fundador de la corriente fantástica en nuestras letras y de ese género impreciso, lo mismo ‘poema en prosa’, que libre divagación, meditación, ensayo creador”, (Diálogos, Vol. I, Número 1, noviembre-diciembre de 1964); Emmanuel Carballo dice que el escritor saltillense preside, “con sorna y sin darse por enterado”, la corriente fantástica de la narrativa mexicana, (Diecinueve protagonistas de la Literatura Mexicana del Siglo XX, 1965), y Carlos Monsiváis le dedica a su obra las siguientes: “Autobiografía indirecta, recatada, lúcida, humilde, la de Torri parte del menosprecio de la exhibición para desembocar en la alabanza de la exactitud”, (El Gallo Ilustrado, suplemento dominical de El Día, 30 de marzo de 1969).
Característica de Julio Torri es la crítica social a través de una mezcla de ficción y realidad. En su mundo literario caben los unicornios, que prefieren perecer antes de entrar en el Arca de Noé; los lunáticos, que se dejan conquistar por los terrestres: “La guerra fue breve. Los lunáticos, seres los más suaves, no opusieron resistencia. Sin discusiones en cafés, sin ediciones extraordinarias de ‘El matiz imperceptible’, se dejaron gobernar de los terrestres”. Seres fantásticos que pasan por el tamiz de su fina ironía y su indiscutible humor. Enemigo de la lógica y la botánica, “Nunca más lejos de las formas puras de arte que el anhelo inmoderado de perfección lógica”, las prosas de Torri son inclasificables. Sus ensayos están más cerca del poema, y son, a la manera tradicional, una forma perfecta de la monografía, sin la cuota técnica exigida hoy por la academia. “Ensayos cortos”, los llama él, y los define: “El ensayo corto ahuyenta de nosotros la tentación de agotar el tema, de decirlo desatentamente todo de una vez”. Escribir poco es para él un acto de atención y de respeto, y un rechazo a querer encasillar y sistematizar el universo y la existencia. Lástima que se lea tan poco.