Las puertas que se abren
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Las puertas ahora están muy vigiladas. La inseguridad y la desconfianza las tienen “entrecerradas”. No sólo las de las casas, comercios, escuelas, bancos y demás recintos, sino las puertas del alma mexicana, sus sentidos y su memoria, su dignidad y libertad. Sin embargo en estos días patrios, un profundo sentimiento invade a los mexicanos y abre unas puertas donde vuelven a descubrir a la Patria. El resto de los días sus ojos, sus oídos y sus preocupaciones están atentos a lo inmediato, están enfocados exclusivamente en las exigencias impostergables para conseguir el pan de cada día, desde las tareas domésticas y familiares hasta las responsabilidades laborales.
En estos días se abren los postigos de la cocina mexicana y aparecen como actores principales los chiles en nogada, las enchiladas, los tacos, el pozole y el mole. El sabor del maíz recupera su monarquía nacional en los tamales, las tortillas, los sopes, los chilaquiles y el champurrado. Las hamburguesas y hot dogs se desvanecen en su mundo global de sabor estandarizado, la cocina extranjera se vuelve ajena al paladar.
Otro poema que recupera su presencia es la música mexicana. Ausente y silenciada en el resto del año, excluida de la programación cotidiana de la radiodifusoras comerciales, marginada en la pantalla televisiva; recupera su espacio, su pasión y su melancolía, su ritmo divertido y juguetón, su romanticismo tan especial en la tradición mexicana. La música que nos identifica y con la que nos identifican en el resto del mundo, que ha sido silenciada en el resto del año por una cultura comercial. La identidad nacional aparece como flor de un día y logra que todos la canten, la admiren y les reincorpore un poco de una cultura nacional que vive en el anonimato el resto del año.
Los medios de comunicación no se equivocan –ni repiten un lugar común– cuando afirman que en estos días vibra el alma mexicana. Hasta el alma de los políticos, tan acostumbrada a calcular sus vibraciones, en estos días se permite emocionarse ante una bandera nacional que portan con tanta esperanza y gallardía los soldados y los escolares. El alma de México aparece en estos días con toda su dignidad original, con la textura admirada de su historia y de todos los personajes que la constituyeron con sus ideales y sus errores, sin la contaminación cotidiana de la política partidista, de la codicia explotadora y de la codiciosa competencia electoral que enloda el genuino amor patriótico y la blancura de la integridad.
En estos días amanece la realidad de una Patria amada y escondida, en las manos de cada madre que teje trenzas mexicanas de sus hijas, que las adorna con un moño, que las viste con una blusa bordada de flores, una falda brillante verde o roja y unos huaraches que reviven la dignidad de los surcos. Ese gesto y ese vestido tan peculiar de estos días, sigue siendo no sólo una tradición sino además el propósito centenario de conservar la identidad mexicana.
En estos días abrimos las puertas del alma y recuperamos un amor desplazado por los sinsabores políticos: el amor a México, nuestra Patria.