Lo que somos (el privilegio de existir)
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Si ocupáramos a plenitud, sin confusiones, el nicho que nos corresponde podríamos descubrir la felicidad
Lo dijo Sócrates: “El secreto de la felicidad no se encuentra en la búsqueda de más, sino en el desarrollo de la capacidad para disfrutar de menos”; Lao Tzu, por su parte, anunció: “Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo el presente”.
MILES DE VECES
Me temo que miles de veces nos perdemos buscando felicidades inexistentes, olvidando las flores que crecen al lado de nuestro caminar. ¡Qué tragedia! Perdemos tanto tiempo siendo infelices por no tener el valor para ocupar o llenar -a lo profundo, largo y ancho- el lugar que a cada quién nos corresponde en este mundo, el espacio que desde toda la eternidad ha sido creado para cada uno de los que hemos tenido el privilegio de existir.
Pareciera que intencionalmente olvidamos que “la alegría -y la felicidad- no es algo que se consigue de una vez para siempre; sino que debe reconquistarse constantemente”, paso a paso; así, ignoramos que somos dueños de nuestras esperanzas y también de las ocasiones para la alegría, que son las que alumbran el corazón cuando las nubes de tormenta oscurecen el cielo de la vida.
Martin Descalzo lo dice bien: “lo primero que tendríamos que enseñar a todo hombre que llega a la adolescencia es que los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia”; y es muy cierto que en este alocado mundo muchos nos ciclamos en lo que somos y no en lo que podríamos llegar a ser y, por esta razón, en demasiadas ocasiones quedamos atrapados en el lado oscuro de la existencia, en el invierno del corazón, en ese cacho de nuestro ser que proclama la desgracia y la infelicidad como banderas de vida.
¿PRESTIGIO?
Que distraídos andamos al desembolsarnos tiempo y energía en ver lo que otros tienen, y que pensamos que personalmente nos hace falta. Que distanciados caminamos de la verdadera felicidad cuando envidiamos a quien ha forjado fortuna, a ese que tiene una mejor casa o carro, al de más “éxito” profesional, al que lleva a sus hijos a escuelas de más “prestigio”, a quien la vida le ha dotado de belleza física, esbeltez, o salud, a esa persona que goza de “roce” social, y hasta de aquellos que tienen “mejor” pareja; en fin, la lista de comparaciones es interminable, pero en el fondo de cada compulsa que hacemos habita el pecado capital de la envidia y desde luego la inconformidad de aceptarnos y valorarnos tal como somos. Lo grave es que así despoblamos de alegría a la vida.
Lo peor del caso es que, al compararnos o bien al juzgar a los demás, vemos lo que queremos ver y oímos lo que deseamos escuchar, pero pocas veces ponemos en esa balanza el peso de nuestra propia alma; pues, en rarísimas ocasiones, cuestionamos si en verdad estamos cumpliendo con el propósito de nuestra personal existencia.
Así, al paso del tiempo, llegamos a ignorar los grandes tesoros que poseemos en nuestra alma y que ciertamente son la llave que abre la puerta que conduce a la plenitud personal.
Sufrimos innecesariamente y de paso olvidamos que la vida vale por lo que cada uno es, por el entusiasmo que individualmente le ponemos al oficio que Dios ha puesto en nuestro destino, por el sudor que se encuentra detrás de nuestras alegrías, por el sentido que le damos al sufrimiento que, de tiempo en tiempo, aparece para recordarnos lo profundamente humanos que somos, lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros y lo agradecidos que deberíamos de ser por lo que se posee o igualmente por eso que no se tiene.
BUENOS Y MALOS
Posiblemente existen miles de móviles por los cuales evitamos ocupar el lugar que nos corresponde en la vida, ese que está destinado para nuestra felicidad, pero sin duda uno que nos provoca andar encorvados es el que se genera por ignorar que en la existencia no hay ni mejores ni peores oficios ni seres humanos superiores o inferiores a otros, ni posiciones sociales o económicas que sean vergeles para la felicidad.
Perdemos lo que podríamos ganar en nuestro propio lugar al ignorar que simplemente existen buenos o malos “oficiantes”, personas que emprenden su vida en pos de ideales excelsos y otras que claudican ante las seducciones de la comodidad o del mundo que invita a no ser.
Aclaro que cuando expreso que debemos ocupar el lugar que nos corresponde, no me refiero a resignarnos con lo que hoy somos, tampoco hablo de esa complacencia maligna que a veces usamos para apaciguar las ganas de existir, ni de esas actitudes en las cuales, en ocasiones, nos marinamos para amordazar los anhelos de ser, de crecer.
Más bien, me refiero a buscar, descubrir, vivir, gozar y verdaderamente amar la razón de ser de nuestra personalísima existencia, de satisfacer plenamente el sentido de nuestra personal vocación, pero sin ambicionar lo que otros son, tienen, hacen o viven. Lo que digo es que sería muy bueno que cada persona nos abracemos fuertemente - con la cabeza, el corazón y las manos -, sin titubeos, al timón de la vida para navegar alegremente los misteriosos mares que habremos de cruzar.
Así, el que es padre de familia que lo sea sin reservas; el esposo (a) que viva sin vacilar el amor incondicional que lo condujo al encuentro de su pareja; el maestro, que ilumine su vida con las dudas de sus alumnos para buscar la verdad; el político, que sea honesto y leal a sus votantes; el cocinero, que sazone con generosidad sus platillos y días; el médico, que cumpla con su promesa de médico; el jardinero, que haga florecer los jardines; el joven, que mantenga sus ideales, con el alma muy despierta, emprendiendo esos sueños pero con las manos en el azadón; el adulto, que sea testimonio de verdad, fe, congruencia y esperanza; el viejo, digno de los años vividos y generoso para compartir sus vivencias; el hombre, que con su hombría deje que la mujer sea y la mujer, con su feminidad y belleza, haga que el mundo viva el amor y que la vida continúe siendo vida.
POBLAR LA VIDA
Si ocupáramos a plenitud, sin confusiones, el nicho que nos corresponde podríamos descubrir el sentido del orden y de paso adquiriríamos la conciencia de nuestras posibilidades y limitaciones, siendo ésta la manera más sencilla para aniquilar, de un tajo, a la envidia que mora en las almas mediocres y que a la postre se transforma en miedo.
Entonces habremos comprendido que si aquél es el que vacía, uno es quien debe llenar; si el otro es el que critica, uno el que debe construir; si el aquél es el que quiere ser servido, uno el que debe servir. También aprenderíamos que si en la vida se desea abundancia hay que dar abundancia, si acaso se quiere respeto hay que respetar, y si se busca comprensión, primero hay que comprender para luego ser comprendido.
En lugar de querer lo ajeno, o pretender ser lo que no somos, criticar o juzgar, sería conveniente extender los brazos para acoger la vida tal como nos llega, para así saciar plenamente nuestro espacio personal, para llenar cada corazón que encontramos por el camino; para eso, primero hay que reconciliarnos con nosotros mismos y comprender que lo que auténticamente vale en la vida es lo que llevamos adentro, en la profundidad del alma, eso que nos permite descubrir, crear, madurar, amar.
Si esto comprendiéramos entonces seríamos lo que realmente somos, estaríamos en paz, viviendo el presente con una maravillosa primavera en nuestro corazón.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
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