‘Memories are made of this...’
COMPARTIR
TEMAS
“Dios nos dio los recuerdos para que pudiéramos tener rosas en diciembre”.
La frase es de sir James Barrie, el celebrado autor de “Peter Pan”.
“Al final nomás los recuerdos quedan”, suspiraba mi tía Conchita poco tiempo antes de morir.
A mí, por desgracia, la memoria me sirve más bien para olvidar. Tan de prisa vivo que dejo atrás las vivencias, y luego ya no me pueden alcanzar. Y, pues voy olvidando los recuerdos, deberé resignarme al final a recordar olvidos.
De pronto, sin embargo, un recuerdo me estalla como una repentina luz encendida en un ámbito en tinieblas. Entonces todo se ilumina, y las memorias vuelven en tropel, incontenibles, igual que estampidas de elefantes en las películas de Tarzán.
Pondré un ejemplo. Cuando era yo estudiante en la Ciudad de México solía frecuentar cafés de chinos. Para más no tenía, y menos no había ya. En esos beneméritos establecimientos un café y un pan costaban un peso. Pero ¡qué café! Y ¡qué pan! (¡Y qué peso!). El café lo bebías en vaso alto, de cristal con prismas, y el pan lo podías escoger entre una infinita variedad de panes de todas las formas, sabores, consistencias y colores. Aquello era un paraíso que costaba un peso.
Dejé de ser estudiante, y entonces empecé a aprender. Viví, viajé, contraje matrimonio (contraje el matrimonio) y engordé. No volví a ir a los cafés de chinos. La vida es una serie de paraísos perdidos.
Pues bien. En cierta ocasión fui a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, a dar una conferencia patrocinada por una cadena de restoranes. La casa matriz de ese establecimiento, de venerable antigüedad, nació en la avenida Álvaro Obregón y calle Medellín, de la colonia Roma, en la Capital de la República.
Cuando empecé a hablar le dije al público que estaba en el más bello teatro donde jamás había estado, y con el mejor telón de fondo que en mi vida había tenido. Y es que la conferencia era al aire libre, y tras de mí tenía el espléndido paisaje del Cañón del Sumidero, con el callado río y las altas murallas de roca cortando en dos la esmeralda de la selva. Dije que ese telón había sido diseñado por el mejor escenógrafo del mundo: Dios. La gente me aplaudió.
Al terminar la perorata pedí que me llevaran al local que esa cadena tiene en Tuxtla. Pedí sólo un café con pan. Le di un sorbo al café, y fue como volver cinco décadas atrás en un vertiginoso hojear de calendarios. Porque he aquí que el sabor de ese café era exactamente el mismo que el de los cafés de chinos de mis mocedades. Probé el pan y sucedió lo mismo: eran aquellos panes de sabor mirífico que disfruté en mi juventud.
“Memories are made of this...”, cantaba con sinuosa voz Dean Martin. “De esto están hechos los recuerdos...”. ¿De qué? Entre otras muchas cosas, digo yo, de café y pan. No recordamos días: recordamos instantes. Feliz instante es ése que te devuelve, aunque sea por un instante, el tiempo que se fue.