Recuerdos eróticos de un adolescente
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Una de las más deliciosas caricaturas que recuerdo haber visto en el Playboy –yo sí veía las caricaturas– mostraba a un muchachillo de secundaria que pasaba al frente del salón a leer el ensayo que había escrito como tarea. Ante el azoro de su profesora empezaba el alumno su lectura:
-“Qué hice en las vacaciones” o “La iniciación sexual de Stanley Quigley”.
Cosa muy importante es, en efecto, la iniciación sexual. Por eso es bueno tener varias. Si la primera iniciación no sale bien, quizá la segunda sea mejor. O la tercera, o la cuarta... Hay quienes dicen que tu primer acto sexual –en pareja, quiero decir– marcará la suerte de todos los demás. Una buena experiencia inicial hará que sean buenas también las que le sigan, y al revés.
Leí hace tiempo un lindo libro llamado “Una Casa no es un Hogar”. Son las memorias de Polly Adler, en su tiempo famosa prostituta. Ahí relata ella que muchos padres de familia le llevaban a sus hijos en edad de merecer a fin de que los iniciara delicadamente en las complejidades del amor sensual. Dicen que en eso actúa la naturaleza, y es cierto. El arte, sin embargo, nunca estorba.
Otro muy bello libro, mucho más antiguo, lo escribió Longo allá por el Siglo 4 de nuestra era. Su título es “Dafnis y Cloe”. Yo lo leí en la traducción que hizo don Juan Valera, hombre de mucho mundo, gran conocedor de las mujeres. Eso le permitió narrar con suprema habilidad los amores de Dafnis, pastor de ovejas, y Cloe, su tímida compañera. Inquietos ambos al ver las uniones de los animalitos que ante sus ojos se ayuntaban a porfía –la frase es de don Juan Valera–, trataban desmañadamente de imitar los amorosos movimientos ovejunos, cosa que no los llevaba a ningún lado. Viólos –también esta palabra es de don Juan Valera– una cortesana de nombre Lycenia e hizo una caridad: esperó un día a que el joven pastor se hallara solo y deslizándose mañosamente abajo de él le reveló aquello que por sí mismo el zagal no había sido capaz de descubrir. No había nacido todavía el Padre Ripalda, pero seguramente habría felicitado, y aun bendecido a esa tal Lycenia por haber cumplido con Dafnis una de las más misericordiosas obras de misericordia: enseñar al que no sabe.
A lo que voy es a decir que el sexo es un misterio. En cada persona la experiencia de la sexualidad es diferente. Por eso cuando le preguntaron a Mae West, actriz de cine, qué opinaba del sexo, ella respondió con magistral sabiduría:
-¿Del sexo de quién?
Nadie puede jactarse de saber todo acerca de la función sexual, función siempre agradable sea matiné, tarde, moda o noche. Nadie podrá tampoco presumir que domina todos los rangos de la amorosa acción. Es sólo una humorada la historieta que conté alguna vez acerca de aquel mexicano que hacía un viaje en jet. A su lado iba una chica muy guapa que entabló conversación con él. Le dijo la muchacha:
-Ha de saber usted, señor, que me dedico al estudio de la sexualidad humana. Y he hecho un descubrimiento muy interesante: en tratándose de ejercicio sexual en el varón, los campeones en cuestión de potencia son los árabes, y los que se llevan la palma en técnica son los mexicanos. Pero, perdone, señor: no le pregunté su nombre.
Respondió muy serio el mexicano:
-Mohammed Ixtlixóchitl, para servir a usted.
(Continuará).