Renunciar a la mediocridad; Quijotes, la esperanza de México
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Es imperativo salir de la rutina, dejar atrás los pensamientos y hábitos que amargan la existencia
El escritor estadounidense Agustine Og Mandino (1923-1996), ingresó en la fuerza aérea y participó en la Segunda Guerra Mundial luego, de regreso a los Estados Unidos, desubicado y desempleado, trabajó de vendedor de seguros, tarea en la que fracasó, entonces se convirtió en alcohólico y estuvo al borde del suicidio.
Luego decidió acudir a la biblioteca pública y empezó a leer libros que le pudieran ayudar a salir adelante. Ese fue el comienzo de su productiva vida. Con el tiempo publicó “El Vendedor más Grande del Mundo”, que llegó a ser un best seller internacional. Su éxito se debió a su determinación para llegar a ser un constructor de ideas y narrativas.
En uno de sus escritos Og declaró: “uno de los secretos más importantes sobre la vida que tuve que aprender, con dolor y lágrimas, es que uno no puede comenzar a dar un cambio total en una existencia desesperadamente lastimada y derrotada ni dar un salto para salirse de la triste rutina que su empleo y su carrera significan ni dejar atrás ese callejón sin salida de lo económico que parece haberlo condenado al fracaso y a una baja autoestima, a menos que uno aprecie las cosas buenas que ya posee”.
Para eso, es imperativo salir de la rutina, renunciar a los pensamientos y hábitos que amargan la existencia. Renunciar a la mediocridad.
Existen personas que emprenden con tal pasión y nivel de competencia que asombran; sin embrago, también deambulan infinidad de seres humanos desdeñando el tiempo, evitando el esfuerzo necesario para construir, desgastando las horas lamiéndose viejas heridas, evitando a toda costa “fortalecer sus fortalezas”, sus cualidades; todo esto, tal vez, debido a que ignoran lo bueno que tienen.
En este contexto, Tengo la impresión que muchísimas personas padecen el síndrome de hacer “lo estrictamente necesario”, sin caer en cuenta de que esta actitud ensombrece la existencia, pues es como construirla empezando por el techo, sin contar con los planos pertinentes, ni con los cimentos adecuados que proporcionen dirección, fuerza y coraje.
PERSONAJES
El escritor Graham Greene habla de tres clases de personajes. Los primeros son aquellos que se pasan la vida como si fueran sonámbulos, que se “acomodan” refinada y resignadamente al mundo, carecen de todo ideal e impulso intelectual y espiritual, no aman la vida, sino el ocio y las diversiones pasivas- y a veces nocivas- que de ella surgen.
Los segundos se caracterizan porque en algún momento se atrevieron a emprender sus ideales, sus sueños, pero al paso del tiempo el mundo los atiborró de descalabros y entonces prefirieron dedicarse a vivir en un mundo de sueños y fantasías existente exclusivamente en sus mentes.
Al tercer grupo de personas -el más escaso- se le reconoce porque son personajes rebeldes, proactivos y amantes de la vida; son los que luchan constantemente por sus propias ideas y se mantienen vigorosos ante los embates y retos de la vida, tienen el coraje de pensar libremente, sin ataduras, ni compromisos y así, desde los cimientos, construyen su existencia.
¿Cómo identificar a estos personajes? Veamos.
COMPLACIENTES
Estos personajes se adaptan a todo, pero por pura conveniencia, en ellos no existen resoluciones sólidas, dado que son siempre indecisos por provecho propio; ni frio, ni caliente, más bien es la tibieza lo que los caracteriza. “Los toros siempre desde la barrera”, pudiera ser su lema predilecto.
Son acomodaticios y serviles, carecen de metas y no hacen ni lo necesario para distinguirse, dejan rodar el tiempo, escapándoseles como agua entre los dedos. No conocen el valor de emprender, son “borregos”; ellos suelen apuntarse a los beneficios, pero no a las listas que encierran los nombres de las personas que están dispuestas a aportar un grano de vida a la tierra de la esperanza. Son los que “juegan a dos ases” y su doble ánimo termina llevándolos a la insensatez.
No conocen agenda porque no saben de compromiso alguno, se creen en plenitud, caminan por el mundo para rodar y vacilar junto con él.
DERROTADOS
Ellos se reconfortan en sus propias piedades, el tiempo es un recurso escaso que hay que utilizarlo “poéticamente”, suelen perderlo evocando viejas añoranzas - conquistas -, o bien llorando a mares porque el mundo no es como “debería de ser”. Conocen todos los recovecos de la crítica. Saben decir que el mundo no tiene remedio. Nunca hacen nada. Solamente intentan en el mundo de las ideas. Construyen hermosos castillos, fortificados, en esos espacios que los ladrillos no cuestan: en el territorio dominado por las ilusiones.
Son esos personajes que quitan el tiempo y roban la luz al día y luego se desquitan con la hermosura de la noche. Se empeñan en detectar lo imperfecto, lo negativo, lo malo. Haciéndose víctimas de sus propias melancolías.
SIN RUMBO
En síntesis, estos dos personajes, hacen de sus segundos “llamas fatuas” al valorarlos exclusivamente cuando más lo necesitan, pero casi siempre demasiado tarde.
Son parásitos, infecundos, esos que hacen justo lo necesario y siempre que se les vigile. Los que navegan sin rumbo determinado y, en el fondo, no tienen suficientes razones para vivir enamorados de la vida. Estos personajes, tal vez, son los que terminan consumiéndose sin haber cumplido con la finalidad de su existencia. Sin haberse consumado, pues ¿quién se consuma sin haber descubierto su propósito de vida?
REBELDES
Son las personas que se distinguen porque en sus corazones arden causas y cauces, son esos seres humanos inconformes que alegremente labran el tiempo que hará la historia de sus existencias. Utilizan los segundos sabiamente, saben que han sido convocados por la vida a la vida. Comprenden que hay tiempo para nacer y morir, de empezar y concluir, de reír y llorar.
Cabalmente comprenden que el tiempo no vale oro, saben que si así fuera se pudiera comprar; ellos imprimen sus huellas en todo y en todos, nunca escatiman esfuerzo por hacer más de lo “estrictamente necesario”. Emprenden encendidos por el optimismo y el fuego de la esperanza. Su combustible es el quehacer productivo. No critican, producen; hacen pausas para reflexionar y luego rediseñar rumbo y estrategias.
Estas personas superan “sólo lo necesario”, confían en su fuerza creadora, se acogen en una inteligencia “hacedora” siempre apasionada, custodian la paciencia y la constancia. Sabiamente, ensamblan los sinsabores de la vida en el espacio de la alegría.
Son rebeldes con causa, como Howard Roark, el entrañable personaje de Ayn Rand, cuya integridad y firmeza personal siempre se mantuvieron fuertes, inmutables como un diamante, oponiéndose a toda clase de convencionalismo social, a las ideas preconcebidas, a los prejuicios y mentes mediocres y pusilánimes, esas que, como plagas, han abundado en todos los tiempos, esas que, sin miramientos, intentan frenar toda creatividad y progreso, tal vez por su espiritual impotencia o quizás por la envidia que suele avinagrar sus relaciones interpersonales.
Son los arquitectos de su propio destino porque saben que “nada es racional ni hermoso si no está hecho de acuerdo con una idea central, y la idea establece todos los detalles. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su propio y único fin.
QUIJOTES
Estos seres humanos rebeldes son los quijotes de otros tiempos: empeñados a mirar de frente al sol, la alegría es su escudo, la esperanza su lanza y su corcel la vida.
El tiempo ellos lo marcan. Tienen la virtud sabia de vivir el tiempo, sabiendo que lo bueno es enemigo de lo mejor, por eso aprecian y siguen los caminos que apuntan a mayores niveles de excelencia, “luchan por el futuro porque ya lo viven en el presente”.
Y son precisamente estos seres humanos, estos quijotes modernos, estos valerosos rebeldes, los constructores que emprenden todos los días un México más humano, más promisorio. Más justo