Saber discernir: elegir entre lo bueno y lo malo
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Si no damos a las futuras generaciones el ejemplo positivo, estaremos condenados a persistir en el infierno social en que vivimos
La honestidad es un valor que hoy escasea en los negocios, en la escuela, en los oficios que emprendemos y -obviamente- en la política.
El ser honesto, como el resto de los valores, no puede imponerse, se enseña mediante el ejemplo.
¿Quiénes enseñan a las nuevas generaciones el provecho de practicar las virtudes que nos distinguen como seres humanos?
Se entiende por honestidad “el amor a la justicia y a la verdad por encima del beneficio personal o de la conveniencia. De las personas honestas se espera que digan ante todo la verdad, que sean justos y razonables, que obren de manera íntegra o sean transparentes en sus motivaciones”, la ausencia de este valor es causa de uno de los perores canceres sociales: la corrupción.
FUERA DE SERIE
Pocos saben que la ocupación original de George Washington era la topografía, oficio que aprendió a los 16 años. Se estima que creó casi 200 mapas y sus habilidades como topógrafo le sirvieron mucho a la hora de desempeñarse como líder y estratega militar.
“I cannot tell a lie” (No puedo mentir) es más que cliché en el vecino país del norte: representa un símbolo de conducta con el que actuaron aquellos que fundaron los Estados Unidos de América. Esta historia se cree que fue escrita por Mason Locke Weems, autor de la primera biografía sobre este personaje, con la finalidad de ilustrar sus personales cualidades.
George Washington es la figura más respetada de la historia del ese país, pues no solo luchó por la Independencia, sino que también es uno de los fundadores y el primer presidente de los Estados Unidos.
SE DICE…
El pequeño George vivía en una granja de Virginia. Ahí su padre había plantado una huerta de árboles frutales. En una ocasión enviaron al Sr. Washington un arbolito de cerezos mismo que plantó en el lindero de su granja, encargando a sus trabajadores que lo cuidaran en extremo, dado que había venido desde el otro continente.
El cerezo se acogió a la tierra americana y fue en la primavera cuando asomó sus primeras flores, anunciando una pequeña, pero sabrosa cosecha.
En esa época el pequeño George recibió de regalo una resplandeciente hacha. Como todo niño inmediatamente se puso a cortar troncos, ramas y todo lo que encontraba y que sus fuerzas le permitían talar. De pronto, se encontró con el cerezo y a manera de juego le acertó un pequeño golpe, sin intención de dañarlo, pues sabía que era el favorito de su padre. Sin embrago, la corteza, aún débil, del árbol cedió y el cerezo se vino abajo. El niño olvidó el asunto y siguió cortando con su flamante hacha.
HONESTIDAD
Cuando el padre de George fue a regar al cerezo se percató del desastre ocurrido: ¿quién había osado cortar su cerezo? Entonces inició una minuciosa investigación, pero nadie parecía tener la respuesta. Al estar preguntando a un trabajador sobre el suceso, por ahí distraídamente pasó el pequeño George con su hacha. - George - le llamó su padre con sospecha y evidente enojo - ¿sabes quién cortó mi cerezo? -. Era una pregunta fuerte, sabía las consecuencias, pero el niño dentro de sí sabía que no le podía mentir a su padre. Entonces dijo la verdad -lo hice yo, padre, con el hacha nueva que me regalaron-.
El padre miró al pequeño y le ordenó: entra a la casa. George aguardó un tiempo mientras llegaba su padre. Se sentía triste y avergonzado, pues sabía que había obrado mal y que su padre tenía sobradas razones para estar enfadado. Estaba dispuesto a recibir un merecido castigo.
PARA SIEMPRE
Entonces el padre entró en la habitación: -ven aquí- le dijo a su hijo. George se acercó. Su papá lo miró y luego preguntó -Dime hijo, ¿por qué talaste el cerezo?- Estaba jugando y no pensé que fuera a dañarlo -contestó George. El padre entonces dijo -tú sabes los cuidados que siempre le di a ese cerezo, ahora ya esta muerto y nunca podrá dar frutos, además te pedí que lo cuidaras. El pequeño agachó la cabeza, la vergüenza provocó que su rostro se tornara rojo como un tomate. -Lo siento mucho- dijo.
El padre de George continuó -mira, siento mucho la pérdida de mi cerezo, pero me alegra que hayas tenido el valor de decir la verdad. Prefiero mil veces que seas honesto, franco y valiente a poseer un huerto repleto de 100 mil de los mejores cerezos. Nunca olvides esto, hijo mío.
Más allá de esta historia, la verdad es que el primer presidente de Estado Unidos fue una persona coherente, íntegra y honesta, su vida revela que fue un hombre de principios inquebrantables.
LOS VALORES
La honestidad es un valor que hoy escasea en los negocios, en la escuela, en los oficios que emprendemos y -obviamente- en la política; pero también en las relaciones interpersonales más íntimas: como las familiares, las que tenemos con los amigos, inclusive las que desarrollamos con nosotros mismos, con nuestra propia conciencia.
Esto, tal vez, porque ya no queremos esforzarnos en distinguir lo bueno de lo malo, o porque a la sociedad ya todo le da igual, o porque trocamos el ser por el parecer. O, quizás, porque en serio pensamos que podemos vivir humanamente sin apego a los valores.
El ser honesto, como el resto de los valores, no puede imponerse, se enseña mediante el ejemplo. Desgraciadamente, en la sociedad el ejercicio de los valores es una práctica sumamente incómoda e inconveniente, pareciera que le gusta más la mentira, la corrupción y todas las conductas que no causan esfuezo.
Socialmente, ¿quiénes enseñan a las nuevas generaciones el provecho de practicar las virtudes que nos distinguen como seres humanos? ¿Qué acaso la televisión no narcotiza a sus televidentes con miles de ficciones y verdades a medias? ¿A poco los niños y jóvenes no escuchan puras mentiras y patrañas de sus gobiernos y políticos? ¿Que, en ocasiones, no decimos a los hijos cuando alguien nos habla por teléfono: "dile que no estoy "? ¿Qué acaso no priva en México la corrupción, la impunidad y por ende la mentira? ¿Acaso los ojos de los pequeños y jóvenes observan ejemplos honestos de los mayores?
OBSERVAR PARA APRENDER
Es preocupante. Si los niños y la juventud no aprenden a practicar la honestidad, si no la observan en los actos de sus padres, maestros, políticos, médicos, arquitectos, comerciantes, profesionistas e industriales, entonces no aprenden a ser auténticos, a tener iniciativa, a saber, ser personas formales. En fin, a llevar responsablemente las riendas de sus propias existencias a oficios.
La juventud aprende no de lo que los adultos dicen, sino de aquello que ven. Indudablemente, la falta de autenticidad conlleva a las personas a no aceptarse a sí mismas; a que surja dobleces la hipocresía. Ante esta realidad las personas jamás encuentran una identidad personal sólida, coherente, íntegra.
SABER DIFERENCIAR
La verdad, la honestidad y la valentía de un hijo -de una persona- valen más que todos los cerezos, herencias y riquezas materiales. Sin embargo, no estoy tan seguro que, en estos tiempos, entendamos cabalmente este ejemplo de excelencia, porque hoy no abundan estas referencias, más bien son extrañas.
Desgraciadamente, escasean las personas que fácilmente puedan diferenciar entre el valor de la verdad, la fuerza de la valentía y la riqueza que pueda brindar el poseer un huerto con 100 mil cerezos, esas personas que sepan discernir entre los valores fundamentales y las riquezas baratas.
Al ceder cotidianamente en las palabras, también cedemos en los hechos y, tal vez, esto sea precisamente una de las principales causas que han originado el terrible infierno que socialmente hoy padecemos los mexicanos.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo