Terco centralismo
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En México tenemos la rara costumbre, la muy arraigada cultura de esperar o querer encontrar en un hombre solo la solución a casi todos nuestros problemas. Solemos creerlo todopoderoso y éste suele aparentar que lo es. Una gran mayoría no lo ha visto ni lo verá en persona, pero gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales conocemos casi todos sus movimientos. Llamamos a esa persona señor Presidente de la República. Poco importa que ninguno de sus predecesores hayan logrado resolver la enormidad de problemas que tuvo a su cargo; lo que importa es la esperanza que se renueva sexenio a sexenio. Suceda lo que suceda, el que se va carga con la responsabilidad de todas las fallas; el que llega, trae consigo la esperanza, la varita mágica con que dará cuenta de todo lo negativo.
Para presidentes municipales y gobernadores la fórmula resulta perfecta: echar la culpa al otro, fincar la esperanza en un poder foráneo que traería soluciones del más allá. Decirnos que nada depende de nosotros, que lo bueno y lo malo dependen del Presidente de la República, aunque lo bueno dure poco como la luna de miel. He visto esta actitud no sólo en gobernantes, la he captado en regidores y síndicos, en líderes sociales, empresarios y hasta en padres de familia.
Naturalmente no podemos generalizar, pero la desaprobación de Enrique Peña Nieto y la abrumadora aceptación de López Obrador nos dicen mucho. Lo mismo le sucedió a Calderón con Peña Nieto, a Fox con Calderón, a Zedillo con Fox, a Salinas de Gortari con Zedillo y así sucesivamente. Es la típica sucesión presidencial a la mexicana. Ésta que se aproxima, no será la excepción. Dice el Presidente electo que la corrupción se barre de arriba hacia abajo, como las escaleras. Aunque parezca muy gráfica su explicación, en realidad dice poco. Seguimos sin conocer cómo será el barrido, lamentablemente la enorme mayoría quizá no le interesa saberlo. La realidad es algo más compleja. Amerita reglas y procesos para sancionar a quienes delinquieron; pero, sobre todo, para erradicar las causas de fondo de los males que nos aquejan como sociedad.
Dos casos ejemplifican ese túnel al que parece habernos metido el presidente electo: a) la corrupción a la que hacen gala tantos políticos que tienen o tuvieron a su cargo responsabilidades públicas y que, en lugar de cumplir, robaron a costa de millones de mexicanos. Para éstos, el Presidente electo ofrece su perdón porque someterlos a proceso nos “empantanaría” como país. b) la anunciada guardia nacional, la necia militarización del País sin contar con un plan o línea de tiempo por regresar al orden civil y la terquedad de pretender resolver desde el centro los problemas de seguridad pública, cuando el 90 por ciento o más son de atención local.
En el caso del perdón presidencial a los corruptos del pasado, se debiera tener claro que no es competencia del Ejecutivo ni materia de consulta popular. El asunto compete al Poder Judicial que deberá definir si esos políticos fueron o no corruptos, y sancionarlos en su caso. En rigor, todos son inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad. Todo ello compete a un Fiscal que debiera ser autónomo, y el juicio al juez. Perdón Presidencial y consulta ciudadana equivalen a politizar la procuración de justicia.
Que el Presidente electo perdone, procese o sentencie, vulnera el muy débil estado de derecho, confirma que la Fiscalía no es autónoma y hace a un lado al Poder Judicial, con ello todo el armado republicano no vale más que el papel en el que está escrito. La impunidad es el mejor aliciente para la delincuencia en cualquiera de sus presentaciones, pregonarla a los cuatro vientos, como si fuera un bien, la fortalece y arraiga. Coloca a la sociedad en una disyuntiva perversa: ¿Impunidad o desestabilización? ¿Somos una nación rehén de los delincuentes de cuello blanco? ¿Cómo perdonar a unos y condenar a otros, será el Ejecutivo un gran juez? ¿Qué varita usará?
La Guardia Nacional es un gran error. Lo sería menos si contara y comunicara con un plan de repliegue. Más allá de que prometió lo contrario, de los paupérrimos resultados que arroja la fracasada estrategia, es inverosímil que esperen resultados distintos utilizando el mismo remedio.
El federalismo es urgente y lo es más en materia de seguridad. Más del 90 por ciento de los delitos que se cometen son del fuero común, competencia de las policías locales que requieren mayor preparación, recursos y entrenamiento. Es absurdo decir que la policía local es más corrupta o menos eficiente que la federal. ¿De ser así, por qué seguimos en el 99 por ciento de impunidad y 2018 será el año con más homicidios?
Existen algunos casos de éxito en el País, es oportuno estudiarlos a fondo y potenciarlos al máximo. Eliminar los errores y fortalecer los aciertos. Los ejemplos de Morelia y la ciudad de Chihuahua no serán perfectos, pero el indicador de resultados los avala. Las policías más exitosas del mundo son municipales.
A fin de cuentas, la o las soluciones están en la comunidad, nadie mejor que los ciudadanos para resolver sus problemas. La regla subsidiaria vale: tanto municipio como sea posible, solamente el estado y la federación que sean necesarios. Por supuesto que los alcaldes no serán perfectos, sin duda cometerán errores, intencionales o no, pero tendrán el poder que sólo su pueblo, con el que conviven todos los días, en el que viven y vivirán ellos mismos y sus familias, les podrá llamar a cuentas, ratificar o mandar a su casa. Reglas claras y pueblo soberano.
@chuyramirezr
Facebook: Chuy Ramírez