Con lo popular en el corazón
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De un negro, así va la cabellera del maestro Francisco Toledo, ataviado de manta cruda, vestido como lo es y se asume: indígena. Toledo, icono de la pintura, el arte en general y la cultura mexicanas, es una de esas pocas leyendas vivas en el campo de nuestro país que le otorgan honorabilidad y honestidad a nuestro territorio.
Tuve la oportunidad de conocer al maestro Toledo, dentro de una de las actividades ofrecidas en el quinto Congreso Internacional de Museos "Imaginarios de lo Popular", organizado por la Universidad Iberoamericana Campus Santa Fe, bajo la responsabilidad de Francisco López Ruiz. Este congreso reunió a personal, creadores y curadores y expertos relacionados con el ambiente museográfico y artístico de nuestro país y el extranjero. Se realizó en tres sedes: Distrito Federal, Puebla y Oaxaca. Fue un encuentro que nos dio la oportunidad de poner sobre la mesa las reflexiones sobre lo popular y alimentarnos de testimonios de quienes se encuentran al frente de museos con estas afinidades, y también de museos que buscan el equilibrio ecológico en sus propuestas.
Lo popular más allá de circunscribirse a las artesanías típicas o productos de añejo abolengo como los trompos de madera, los tacos, los alebrijes o las tlayudas, por ejemplo, se genera diariamente: Son esas figuras que también asoman en las manos en alto de quienes pasean en los cruceros mientras enciende la luz roja. Lo popular es la botella de vidrio de cocacola ataviada con cuentas huicholes coloridas, el retrato de la quinceañera en marco dorado, los sarapes, las máscaras del Santo, los murales de Diego Rivera, en fin.
De las tres sedes, debo asumir claramente mi devoción por Oaxaca. Vengo marcada por el trabajo de Francisco Toledo, María Isabel Grañén Porrúa y Alfredo Harp Helú. Si, Toledo inició hace ya muchos años, con el ya fallecido artista Rodolfo Morales, el apoyo a las comunidades indígenas en el amplio abanico que se da en una cultura: comida, rituales, productos, formas de ser, de vestir y de conectarse con la naturaleza. El resultado del trabajo en redes colectivas y en diálogo con las comunidades, contagió a varios artistas que siguen esta tendencia a la fecha, como Lila Downs.
A esta tarea se sumaron María Isabel Garañén Porrúa (lleva en su apellido el sello de la célebre Editorial Porrúa) y el empresario Alfredo Harp, a través de la Fundación Harp Helú. Los resultados se han multiplicado en cascada. Es notable que la pareja Helú-Garañén no considere entre sus prioridades los reportajes en los medios de comunicación o revistas de moda, porque tienen -según sus propias palabras- poco tiempo y mucho
trabajo por hacer. Dicen que: o se dedican a posar o se dedican a trabajar. Y llama la atención que apoyen mujeres, ancianos, niños y jóvenes de uno de los estados con mayor pobreza y más alto número de población indígena, pues están orgullosos de esta parte de las raíces mexicanas, de todo lo que el ingenio indígena y mestizo concibe.
Podría hablar de museos, clínicas, bibliotecas, centros deportivos y zonas protegidas que la Fundación Harp Helú gesta, pero sería imposible aquí. Mi ánimo de compartir el esfuerzo en general de esta pareja, tiene qué ver con voltear a mirar nuestro lugar, y saber que es posible sumarse para rescatar y mantener vivas tradiciones y productos regionales en Coahuila.
Y finalmente, vuelvo a Francisco Toledo, por su trascendencia como artista y hombre solidario. Recordemos cuando intentaron colocar un Macdonals en el centro histórico de Oaxaca, y la respuesta fue una semana con ofrecimiento de tamales típicos en defensa de las tradiciones gastronómicas nutritivas de los oaxaqueños.
Lograron su cometido, como muchos otros. Recuerdo su rostro, su saludo franco y sus palabras breves. Él fue el artífice y espíritu aglutinador de esta reunión en la que más de 200 comunidades de Oaxaca y Chiapas, exhibieron textiles exquisitos que nos hechizaron en el Centro de las Artes San Agustín Etla. Francisco Toledo, no te acabes.
claudiadesierto@gmail.com