La felicidad y una estampa
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Durante su participación en el panel organizado en el Primer Congreso Internacional Comunicación, Ciudadanía y Paz en los Objetivos del Milenio de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAdeC, el doctor Luis de la Barreda Solórzano destacó los valores de los derechos humanos. En una parte de su intervención señaló que la felicidad es una conquista personal. No un derecho, sino una conquista personal.
Al día siguiente, a bordo del automóvil que lo trasladaba de nuevo a las actividades del Congreso, con la Sierra de Arteaga de encantador fondo, a un costado la de Zapalinamé, se le recordó a quien fuera presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal la frase que había pronunciado la tarde anterior.
Enseguida, risueño como es, optimista, recordó los primeros versos de un poema de Jorge Guillén, Mientras el aire es nuestro.
Son estos: Respiro/ y el aire en mis pulmones/ ya es saber/ ya es amor/ ya es alegría.
A lo que podemos aspirar, dijo, es no la felicidad como un estado al que se llega. Sino a las alegrías que nos ofrecen los instantes, cada momento. Y puso como ejemplo las sierras de Arteaga y de Zapalinamé que se tenían a la vista. Lo cito de memoria: Disfrutar este espléndido panorama, es vivir un momento de alegría; gozarlo a plenitud es encontrar la dicha en este instante.
Encantadoras sus palabras, y recordadas este día de domingo, al reflexionar en el tema luego de haber vivido lo que se llamó El Día de la Felicidad. La televisión transmitió un programa en el cual se establece una suerte de seguimiento con varios voluntarios que viven una existencia de estrés, agobio y/o tristeza. La producción, norteamericana, fue transmitida este fin de semana por Canal Once, y en ella se muestran los casos de padres de familia, de jóvenes, varones y damas, que comparten cómo sus vidas se habían convertido en verdaderos desastres para sí mismos y sus familias.
Un hombre que privilegia el trabajo a la familia; una muchacha que tiene problemas con una ansiedad irresistible de comer y se piensa obesa; un joven sin amistades.
El seguimiento, el tratamiento en cada caso derivan en la solución a su permanente tristeza, a sus depresiones. Los guías los orientan a darse, a ofrecer desinteresadamente ayuda a la gente, a olvidarse paulatinamente de su pasado y a reunirse con la familia, abandonando la presión del trabajo.
El resultado: la felicidad. La felicidad es darse, concluye el programa.
Quizá la solución a tantos agobios que vive la sociedad y que repercuten de manera negativa en nuestras relaciones con los demás esté justamente en tratar de comprender lo que podemos hacer por nosotros mismos y por los otros para salir adelante como sociedad. El otro, la otredad de la que habla Octavio Paz.
Muchas organizaciones civiles están encaminadas en esa dirección. Entre ellas, las que se dedican, con el solo altruismo como apoyo, a cuidar de los animalitos de la calle. En Saltillo existe un gran número que calladamente, sin los reflectores mediáticos sobre ellas, hacen más de lo que se espera de organismos directamente involucrados en esas tareas.
Una bella estampa
Y muy a propósito de lo que se acaba de decir. Eran las 2:00 de la tarde del domingo, sobre la calle de Juárez cuando, caminando, quien esto escribe se topó con que unas jovencitas, tres, compartían con un anciano indigente unos trozos de sandía. Cada una de ellas sacó de su vaso tres porciones y las iban colocando con una gran alegría en un vaso que ya tenía el anciano.
Luego de retirarse las chicas, pasó una señora de edad y saludó con familiaridad al hombre. ¿Cómo está, Pepito? ¿Qué come?. Él la reconoció y con la mayor naturalidad le respondió: Muy bien, gracias. Me acaban de regalar sandía. ¿Usted gusta?. Y puso el vaso rebosante de sandía frente a la mirada de la dama.
Le compartieron y él compartía.