Avanzamos... hacia la política del lodazal
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La última semana hemos atestiguado la capacidad de nuestra clase política para elaborar discursos de espaldas a la realidad. Como nunca -o tal vez como siempre-, desde las distintas esquinas nos han mostrado su capacidad para describir un mundo diametralmente distinto al ubicado delante nuestro.
Me refiero, desde luego, al discurso con el cual los principales actores del mundo partidista se han referido a los resultados del domingo anterior, cuando se renovó media docena de gubernaturas, así como el Congreso de Quintana Roo y los ayuntamientos de Durango.
En lo estrictamente formal, como sabemos, Morena se hizo de otras cuatro gubernaturas -para sumar 22 ya-, mientras la Coalición “Va X México” -PAN, PRI y PRD- logró retener dos, pese a lo cual vieron reducido aún más el espacio territorial en el cual dominan.
En el lado de Morena, el triunfalismo es el signo distintivo: la ola “transformadora” avanza imparable gracias a las infinitas virtudes de su movimiento, las cuales son cada día más reconocidas por el pueblo en cuyo favor trabajan cotidianamente.
En la otra esquina, la de la Coalición, el entusiasmo es desbordante: ¡hay tiro para el 24!, pues el domingo se demostró lo único importante: el partido del presidente (con minúscula) no es invencible y eso resulta evidente, no únicamente por sus triunfos en Aguascalientes y Durango, sino porque Morena solo ganó gracias al desarrollo de una “elección de estado”.
“Ni en los viejos tiempos del PRI se había vivido una elección tan de Estado como la de este domingo, con la injerencia presidencial y de secretarios de Estado”, afirmó el dirigente coahuilense tricolor, Rodrigo Fuentes, el lunes. Nada queda por agregar ante tal acto de sinceridad.
Ni en los unos ni en los otros parece caber una gota de autocrítica. Tampoco parecen darse cuenta de la forma en la cual sus discursos caracterizan la política por ellos practicada: una en la cual ya no existen líneas de contención, ni está prohibido absolutamente nada.
El uso indiscriminado de recursos públicos, la connivencia con grupos delincuenciales, el espionaje de opositores, el empleo de las instituciones del estado para perseguir, amedrentar y acosar rivales, la intervención de los cuerpos policiales para “contener” operadores políticos, el chantaje descarado a los beneficiarios de programas sociales...
En otras palabras, todos los vicios de los cuales unos y otros se han quejado históricamente, han sido denunciados -por ellos mismos- como el signo distintivo de los comicios del domingo anterior y como la única explicación del triunfo de sus rivales. En el colmo del cinismo, unos y otros amenazan con acudir a los tribunales para “denunciar” las triquiñuelas del contrario.
En uno y otro lado se defiende la virtud de la actuación propia y se denuncia con vehemencia la perversidad del contrincante. Y con ese discurso, avanzamos a las elecciones del año próximo, cuando se renovarán las gubernaturas de Coahuila y Estado de México, así como hacia “la madre de todas las batallas”, la elección presidencial del 24.
Uno y otro bando intenta convencernos de cómo el rival constituye una opción contraria a nuestros intereses y enumera de forma prolija los defectos del rival mientras minimiza sus defectos o los justifica en aras de un bien superior.
La verdad, para desgracia colectiva, es exactamente la opuesta: padecemos una clase política lamentable cuyo único propósito evidente es instalarnos en ese espacio, tan atinadamente descrito por Cuauhtémoc Cárdenas en el pasado reciente: la “política del lodazal”.
Pero, claro, lo hacen por nuestro bien.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx