Diez nombres, diez vidas, diez historias
COMPARTIR
es necesario para dimensionar lo ocurrido
Quienes se dedican a la extracción del carbón que la tierra esconde en sus entrañas son seres humanos, personas de carne y hueso que tienen rostro y nombre. Son individuos con una historia que debe incluir el futuro, porque sólo de esta manera el presente cobra sentido.
En este contingente existe un grupo particular: el de aquellos que han tenido la desgracia de chocar con el infortunio de un accidente. De ese grupo forman parte los diez mineros que al cierre de esta edición seguían atrapados en el “pocito” El Pinabete, siniestrado el pasado 3 de agosto.
Todos deseamos lo mismo: que sean localizados con vida y puedan retornar con sus familias para conquistar ese futuro por el cual decidieron ingresar a un lugar en el cual de antemano sabían que corrían peligro, que se jugaban literalmente la vida.
Conocer sus rostros y atisbar en sus historias personales representa un elemento indispensable para dimensionar la tragedia que implica el que sus vidas se encuentren en peligro y acaso, por desgracia, irremediablemente perdidas debido al tiempo transcurrido.
Por ello, en esta edición publicamos una semblanza sobre cada uno de ellos. Hacerlo constituye un esfuerzo por humanizarlos, por retratarles a partir de sus afanes cotidianos, de sus sueños, de las motivaciones que les han empujado a enfrentar el riesgo que implica trabajar en un “pocito”.
También es un esfuerzo por escapar de la trampa de la estadística, de la referencia que les convierte en un simple número y desdibuja por completo su esencia personal. No es lo mismo hablar de “los diez mineros atrapados” que de Ramiro, quien apenas una semana antes del accidente se convirtió en padre de una niña; o de Jorge Luis, quien decidió regresar a los “pocitos” para obtener los recursos para los útiles escolares de sus hijos; o de los dos José Rogelio, padre e hijo, quienes fueron alcanzados juntos por la tragedia.
Poner el énfasis en la humanidad de los mineros atrapados en El Pinabete es también una forma de sumarse a las muchas voces que en los últimos 12 días han expresado, en todas las formas posibles, la necesidad de poner un alto a la estela mortuoria de la minería del carbón en Coahuila.
Porque solamente si nos asomamos a la naturaleza humana de las víctimas y cobramos conciencia que se trata de individuos con una historia, con sueños, con esperanzas, podremos dimensionar el tamaño del dolor que en este momento envuelve a sus familias y podremos también asumir que estamos ante un hecho que pudo, que debió evitarse.
Pero, sobre todo, seremos capaces de asumir que estamos ante un hecho que no debe repetirse y para que esto no ocurra nuevamente es preciso retratar la realidad con toda la crudeza que implica el truncamiento de una vida humana: los mineros del carbón sufren accidentes y mueren porque no existe respeto por su dignidad como seres humanos.
Como hacen sus familias, compañeros y amigos, todos debemos seguirles esperando. Pero no como números, sino como personas con identidad y valor individuales.