‘Lo escribió ella, pero...’
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Durante los festejos del centenario de Elena Garro, una de las voces más sobresalientes de la literatura mexicana, la reedición de su novela “Reencuentro de personajes” a cargo de la editorial Drácena generó indignación entre la comunidad lectora. El cintillo promocional del libro decía: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”. Como si el valor de la autora existiera únicamente en relación con sus célebres y afamados colegas varones. No es la primera vez que pasa. Joanna Russ, en su ensayo “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, compila una serie de prejuicios (muchos de ellos institucionalizados y que aún circulan por los pasillos de las universidades) con los que el pensamiento patriarcal pretende disminuir el trabajo de las literatas: “No lo escribió ella”, “Lo escribió ella, pero no debería haberlo escrito”, “Lo escribió ella, pero fíjate de qué cosas escribió”, “Lo escribió ella, pero no es una artista de verdad”, “Lo escribió ella, pero alguien le ayudó”, “Lo escribió ella, pero es una anomalía”, “Lo escribió ella, pero...”.
Recordé el caso de Garro al ver la película “Lou Andreas-Salomé” de la cineasta Cordula Kablitz-Post. El filme relata la vida de la gran filósofa, psicoanalista y escritora rusa. Lou fue una mujer desafiante que confrontó los estándares. Estudió con pasión las obras clásicas de la filosofía y durante un tiempo estuvo en la universidad (cuando no se permitían mujeres en la mayoría de las instituciones). En la versión de Kablitz-Post encontramos a una joven renuente al matrimonio, que se niega a que otros conduzcan su existencia. La presión social era terrible, aún con eso “ella hizo todo lo que quería”, dijo en entrevista la directora. Como pensadora brillante, Lou se notaba en donde estuviera y los intelectuales se enamoraban inmediatamente de ella. Imagino el cansancio o quizá el fastidio de este último hecho. A los hombres les costaba verla por completo como una colega y siempre aparecía la intención de pretenderla.
Supe de la existencia de Andreas-Salomé porque descubrí su nombre en un libro hace ya muchos años. Aparecía entre una pila de celebridades artísticas de su época. Esperé unos días hasta que pude acceder a internet y busqué a la escritora en una página literaria que frecuentaba por entonces. Imprimí su ficha biográfica junto con un fragmento de una obra suya. Cuando quise saber más de ella aparecía como “musa”, “femme fatale” o, al igual que Elena Garro, como “admirada por Nietzsche y Rilke” o por “Freud y Paul Reé”. Más de una década después, sucede la misma historia. Una reseña del periódico “La Vanguardia”, publicada en 2018, que promociona la película de Kablitz-Post se, se titula “La extraordinaria mujer que fascinó a Rilke, Nietzsche y Freud”. En ABC se presenta otro artículo con el encabezado “La brillante psicoanalista que rechazó a Fredrich Nietzsche”. Hay una insistencia molesta, y muy sutil, por calificar a las mujeres destacadas en función de sus amigos, padres o parejas y no de su propio trabajo. No importa si es una de las figuras más apasionantes de su siglo, como Lou.
Kablitz-Post explicó que tardó muchos años en estrenar su película porque no encontraba productores. Le decían que Andreas-Salomé no era lo suficientemente famosa como para llevarla a la pantalla grande. A pesar de sus aportaciones al psicoanálisis y a la filosofía, los libros de la autora rusa no están en las librerías, contrario a lo que sucede con otros pensadores como Nietzsche. Hace tiempo conseguí “El erotismo”, una edición de ensayos publicada por Colofón. Los textos son complejos y atrevidos. ¿Los temas?: la sexualidad, el ser mujer y el amor. Es una obra exigente. Al pasar por sus páginas no entiendo los encabezados en relación a los hombres que “sí son lo suficientemente famosos”. No entiendo el cintillo del libro de Elena Garro. Me maravillo y solo se me ocurre pensar: “Sí. Lo escribieron ellas”.