CNDH: réquiem por una institución demolida
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La CNDH era –hasta ayer– una institución relevante... La grosería de nuestros políticos –de todos los colores– la ha reducido a la calidad de trofeo de guerra
Para los políticos mexicanos, está claro, las instituciones son un botín. Y como buenos filibusteros están dispuestos a llevar la lucha por el botín hasta las últimas consecuencias, incluida la posibilidad de dinamitar las instituciones y volverlas inútiles para la sociedad.
Eso y no otra cosa atestiguamos ayer –en vivo, en directo y en red nacional– durante la “ceremonia” –imposible no usar comillas– en la cual Rosario Piedra Ibarra tomó protesta como nueva titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
El evento ocurrió en un recinto que debería ser honorable: el salón de plenos de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión, cuyo ambiente estuvo todo el día cargado de tensión debido a la decisión declarada de la oposición –esencialmente la bancada del Partido Acción Nacional– de impedir la toma de protesta de Piedra Ibarra.
Primero se dijo que la votación para seleccionar al ombudsperson sería repuesta, lo cual pareció darles la razón a quienes, desde el jueves de la semana anterior, denunciaron un proceso fraudulento de selección en cuya última etapa “se perdieron” dos votos emitidos por integrantes del Senado.
Luego “se rectificó” tal posición y se propuso someter a votación si se reponía o no el procedimiento, resultando mayoría quienes consideraron caso cerrado el proceso de selección de la nueva titular de la CNDH.
Entonces se llamó a la elegida para tomarle protesta y se desató el caos: empujones, gritos, codazos, chiflidos e incluso un senador “costaleado” por sus propias compañeras. Un espectáculo denigrante.
La CNDH, en estricto sentido, ya tiene nueva titular y Rosario Piedra seguramente se instalará en las oficinas de la institución y tomará control de su presupuesto.
El problema es que la institución es, en este momento, una suerte de “bono basura” carente de valor porque unos y otros –los impulsores de su nueva titular y también sus detractores– empeñaron todas sus energías en demostrarse mutuamente que eran capaces de atajar las ambiciones del contrario.
Al final fue el Grupo Parlamentario de Morena –el partido en el poder– el que se alzó con la victoria. Pero se trata de una victoria pírrica, propia de los insensatos y de los políticos vulgares cuya único interés es conquistar el poder, aunque eso implique gobernar sobre las cenizas.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos era –hasta ayer– una institución relevante en el concierto del servicio público mexicano y, para muchas víctimas del abuso del poder, un faro de esperanza en su búsqueda de justicia. La grosería de nuestros políticos –de todos los colores– la ha reducido a la calidad de trofeo de guerra.
Triste final para una institución llamada a ser un pilar de la democracia y un elemento fundamental en el proceso de construir un sistema de justicia realmente eficaz y al servicio de los menos favorecidos.
Pero así es nuestra clase política: una incapaz de resistir el apetito a la vista de un jugoso botín presupuestal.