Este otoño
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En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón, puro y solo. El viento lo despierta, toca su centro y lo suspende en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Octavio Paz
La del otoño, esa sugerente estación del año propicia para la reflexión y una múltiple gama de sentimientos en que se mezclan ráfagas de placidez, de tristeza y de nostalgia.
El acento de oro con que se pueblan las calles; esos bruñidos tonos que hermosean los paseos. Se adueña de nuestros paisajes y el escenario, los verdes contemplativos, que poco a poco se perderán en ocres cargados de vagas melancolías. Se experimenta en el ambiente la dulzura de lo que se empieza a ir. Así como en nuestra existencia, cada día irá adquiriendo una nueva tonalidad. En el cielo se reflejan los dorados de un sol que nos regala un horizonte poblado de sugestiones y jirones de añoranza.
La poeta coahuilense Enriqueta Ochoa construye para este mes una de sus composiciones más dulces y a un tiempo estrujantes: “Si me voy este otoño/ entiérrame bajo el oro pequeño de los trigos”. Cuánta fuerza en esta imagen. El trigo, ese mismo que a la luz del sol ofrece la estampa refulgente que ha de permanecer intacta en el recuerdo y en el dolor.
¡Cuántos de nosotros no asociamos esta temporada con los que amamos y ya no están! Se apodera de nuestros corazones una íntima tristeza recordando a aquellos que los vientos del otoño se llevaron. Exhalaron su último aliento confundido este con la brisa que se respiraba fresca, en el albor del inicio de la estación. Triste se vuelve la llegada del invierno, cuando se hace más patente la definitiva ausencia de aquellos días otoñales.
Las hojas caídas. Una a una de las que vimos florecer en primavera y que hacían el festejo del reinicio del ciclo. Hojas que constituyeron la fortaleza del árbol y le dieron su particular fisonomía. Fisonomía, creo, irrepetible. Irrepetible para el siguiente ciclo, pues cada hoja nacerá única. Ahora, el árbol adquiere distinta coloración. Viajan las hojas al suelo y en su estampida forman postales entrañables que irán dejando también una más: la del árbol desnudo y que en su desnudez ofrecerá una grandiosa belleza. Majestuoso, permanecerá incólume durante meses y nos recordará lo fuerte y poderoso de su armazón.
Como en la canción, aquella de “The Falling Leaves”, la tristeza, la melancolía:
Las hojas que caen, se arrastran por la ventana.
Las hojas otoñales de rojo y oro.
Veo tus labios, los labios de verano,
La mano que solía tomar, quemada por el sol.
Estación para el reposo y la meditación. En preludio de la definitiva, la de Invierno.
En Saltillo, la alfombra de hojas caídas hace un escenario espléndido. Bellas estampas. El frescor de los días acentúa el recogimiento, la intimidad del hogar. Bienvenido, otoño con tus guiños de oro, ocre y azules que ganan en intensidad por las tardes. Dulces y taciturnos suspiros de tardes idas. Su recuerdo, para siempre, montado en esta fresca brisa otoñal.
En defensa de la familia
¿Por qué arrogarse el derecho de decidir lo que es o no una “auténtica familia”? Los grupos que en supuesta defensa de ella convocaron a participar en la marcha del fin de semana pasado, en contra de la unión entre homosexuales y la posibilidad de que adopten, no hacen otra cosa que manifestar la madera de intolerancia y de discriminación con la que están constituidos. No se trata de un asunto de “modernidad”, sino de derechos. De derechos humanos.
La iglesia, divididos en este asunto muchos de sus creyentes y sus líderes, no está haciendo el mejor papel que se esperaría de una institución que se supone, dicen, busca que se amen los unos a los otros como Dios los ama. ¿Acaso admite exclusiones esa, la más bella, de las normas cristianas?