Fiesta de la palabra
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Al caer la tarde de un día de verano, la propuesta de un hermano, Luis, hizo que me pusiera a dudar: ¿Leer un libro que no llevara ilustraciones? Hasta entonces, disfrutaba de cuentos o publicaciones que acompañaran el texto con dibujos. No importaba la hora, y si había tiempo libre, leer se convertiría en un pasatiempo muy entretenido. Sin embargo, no había experimentado interés en ir más allá con una publicación que de entrada se veía aburrida para alguien instalada en esa preadolescencia (ahora llamada así) de los lejanos diez u once años de edad.
En fin. El reto estaba ahí. Así que tomé entre mis manos el libro que me ofrecía cuando insistió: “Si no te gusta, pero léelo completo, déjalo y vuelve a los cuentos”.
Pero me atrapó. Era una novela de Agatha Christie, y luego autores que fueron ofreciéndome la oportunidad de encontrarme con personajes con los cuales, sentía, podía identificarme con ellos. Sin darme cuenta entonces, observo a la distancia que las lecturas que atrajeron mi atención serían “Mujercitas”, de Louisa May Alcott; “María”, de Jorge
Isaacs; “Marianela”, de Benito Pérez Galdós.
Hubo una maestra, ya en segundo de secundaria, a la que recuerdo con enorme cariño y de la cual sólo el nombre, Pilar, que nos impulsó a leer en aquellos años de principios de los años ochenta “El Cantar del Mío Cid” y trozos de libros de autores clásicos.
Leer, dice Jorge Luis Borges, es uno de los pocos verbos, como amar y soñar, que no se pueden conjugar en modo imperativo. Traigo estos recuerdos de niñez luego de haber observado la emoción, el brillo en la mirada, de muchos niños y adolescentes que encontraron en la recién concluida Feria Internacional del Libro de Coahuila el objeto preciado para vivir aventuras; para adentrarse o reencontrarse con personajes ya conocidos en libros leídos y quizá repasados más de una vez.
El primer escalón de algunos; un camino ya recorrido para otros, la Feria representa una gran posibilidad de encontrarse con otros y de comprenderlos; de vivir historias; de entender el mundo que habitamos; de imaginar otros universos posibles; de acercamiento a las ciencias; de acrecentar los conocimientos.
Ese universo que fue la FILC representó, asimismo, una fiesta alrededor de la cual giraron talleres, espectáculos musicales y teatrales, conciertos, presentaciones de libros, cortometrajes y conferencias. Una fiesta de esta naturaleza que invita a la convivencia en torno a una de las creaciones más bellas del ser humano: la palabra.
¿Qué nos brinda la palabra? En su simiente, la gran oportunidad de interconexión entre unos y otros, con la idea de organizarse mejor; de convivir mejor; de tratar de comprendernos. La palabra en su más alto y bello significado.
Un esfuerzo, gran esfuerzo, el que representó para el Gobierno del Estado, la Secretaría de Cultura, la Secretaría de Educación y la Universidad Autónoma de Coahuila, traer las editoriales y programar las actividades. Que continúe este enorme festejo en torno a las letras. Que permanezca su esencia y nos congratulemos siempre con quienes la hacen posible y aquellos que le dieron origen y la continuaron.
EL SALTILLO DE LA VÍA RÁPIDA
De nuevo constatamos que las velocidades sobre los puentes siguen siendo desmedidas por parte de muchos automovilistas.
Nuestro medio registró la semana anterior cómo las vialidades son también afectadas por el exceso de automóviles y de camiones de transporte de personal. Resulta indispensable establecer lineamientos que hagan que de verdad se respeten los límites de velocidad. Falta también una estrategia integral con los municipios con que colinda nuestra ciudad.
Tanto de Arteaga, como de Ramos Arizpe, los conductores se desplazan a tal velocidad que llegando al nuestro no hay quién los detenga, ni siquiera la vista de las camionetas de la policía apostadas en lugares estratégicos.
La ciudad sigue siendo una pista de
carreras.