Hablemos de Dios 71
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‘Los verdaderos viajeros son solamente quienes parten para partir’ (Baudelaire). Y Jesucristo siempre estaba en movimiento, enseñando su doctrina, su filosofía
Rumbo al final de cerrar este ciclo de “Hablemos de Dios”, al menos por el momento, muchas aristas quedan sin escudriñar. Hay mucho por explorar. Este itinerario, esta búsqueda ha sido un placer, un gozo, no exento, claro, de vericuetos y costuras no pocas veces insalvables. Hemos usado la razón.
No tengo otra herramienta en lo personal para poner en práctica. Es decir, lo de rezar y orar, pues sí se me da, pero no es el caso de escribirlo reiteradamente en esta columna sabatina. Por ello hemos abordado a Dios, hemos buscado a Dios mediante esta ruta, esta vía de palabras y de reflexión cada 15 días de manera sabatina. Y si decimos vía, camino, itinerario, estamos hablando del viaje.
Lo cual usted lo sabe, de una riqueza simbólica inigualable. Si nos vamos a viajar es porque andamos buscando esa vía regia, ese camino hacia Dios, hacia nuestro centro espiritual, el viajes es símbolo de buscar la verdad, la paz, la inmortalidad y el descubrimiento de Dios.
En sus propias palabras, Jesucristo lo dijo: “Yo soy la vía” (Juan 14:6). La vía real o regia en los tiempos antiguos, en tiempos de romanos, judíos y cristianos, era la vía recta. Lo cual se presenta como oposición a los caminos torcidos, rebuscados.
Este rico simbolismo aparece en Números en el Antiguo Testamento. Y todos, todos de alguna manera, pues sí, andamos nuestra vía, nuestro muy personal camino el cual nadie más lo puede transitar, nadie más. Y hoy, todo esto ha quedado sepultado en la nada, en la vacuidad de Internet y redes sociales.
Se ha llegado a una vida vegetativa, apoltronados en su mullido sillón y con una pantalla táctil plana a un lado, encendida día y noche.
¿Antes? Antes se paseaba, se viajaba, se andaba el camino, se recorría la vía. Si acaso no se podía salir más allá de las fronteras físicas y mentales de la ciudad, pues se hacía uno viajero en la misma ciudad.
Turista en nuestra ciudad que nos vio nacer. Y esta cualidad ya casi perdida hoy, es una cualidad fundamental no sólo en tiempos antiguos de la Biblia, sino que es rasgo fundamental de paseantes que han existido en la historia de la humanidad, como ese escritor fundamental en mi literatura, Henry David Thoreau.
En un pequeño opúsculo titulado precisamente “Pasear”, bello libro editado en España, el autor nos propone el paseo no como una sola y unívoca situación corporal de paseo físico, sino que este paseo se convierta en una actividad fundamental para los sentidos y anudemos nuestra alma de hombre en una comunicación y comunión con la naturaleza reinante. El libro es de una prosa deslumbrante, pero sobre todo es una divagación plena y gozosa sobre aquello que nos rodea, sin olvidar nuestro interior, donde fluye nuestra vida.
ESQUINA-BAJAN
Y Henry David Thoreau vuelve a meditar sobre esa teoría, la cual le he presentado aquí varias veces a usted: el clima frío, el clima templado es el ideal para el ser humano, no así el clima tropical el cual embota los sentidos, obliga a andar ligero, muy ligero de ropa, con lo cual luego llegará el sudor, los cuerpos en bandeja, los ritmos de música de percusiones, los movimientos sensuales, el sexo… Sí, todo alejado de aquello lo cual buscamos: la serenidad, estar atento a la polución de nuestras ideas, acercarnos a Dios, buscar la vía regia y no desviar nuestros pasos hacia caminos torcidos. Al hablar sobre la virtud de una tormenta invernal y que esta produce todo tipo de buenas ideas, escribe: “La Revelación Hebrea no tiene en cuenta esta jubilosa nieve. ¿No hay religión para las zonas templadas y frías?”.
En otro pasaje deja para la eternidad: “Es así como paseamos en busca de la Tierra Santa, hasta el día que el sol brille más que nunca y quizá ilumine el día en que el sol brille más que nunca y quizá ilumine nuestra mente y nuestro corazón, y alumbre nuestra vida entera con la majestuosa luz del despertar, tan tibia, serena y dorada como a orillas de un río en otoño”.
¿Para qué se viaja, para qué se parte? No sólo es viajar para buscar o encontrar, sino que se viaja sólo por el mismo hecho de viajar, de partir. Charles Baudelaire lo dejó en un verso delicioso: “Los verdaderos viajeros son solamente quienes parten para partir”.
Y Jesucristo siempre estaba en movimiento, siempre de un lugar a otro, enseñando su doctrina, su filosofía.
Viajeros somos todos en este tráfago que es la vida misma. Ahora buscamos a Dios y el cielo, ahora nos encontramos con la desdicha del infierno. Los psicólogos y terapeutas modernos hablan de este viaje a los infiernos, a los antros de la tierra, como un viaje o descenso a nuestro interior, el bucear en nuestro inconsciente.
Y bucear dentro de nuestro interior no siempre es cosa placentera. Descubrirnos es siempre algo de espanto y terror. Ver “nuestra imagen”, para decirlo de nuevo como Charles Baudelaire, es ver “¡Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento!”. Y sí, para que esto no ocurra, nada más placentero que el viajar, el pasear, el hurgar dentro de nosotros mimos, pero también contemplar la madrugada en Puerto Marqués, caminar en los meandros del Cerro del Quemado en Real de Catorce, vagar por vagar en la zona de cafeterías en la colonia Roma en la Ciudad de México… vivir, pasear, buscar a Dios en el camino.
LETRAS MINÚSCULAS
“Yo soy la vía, la verdad y la vida”, palabra de un rey, Jesucristo.