Jornadas familiares de desiertos
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El desierto parece ser una realidad extraña en nuestro ambiente urbano, no existe en las calles y plazas, aunque se insinúa en sus orillas polvorientas. La gente prefiere vivir donde hay árboles, plantas, flores, en la verdura generosa. En el desierto parece que la vida está ausente, dolorosa y moribunda. Su silencio, que solamente rompen los vendavales y las tolvaneras, su soledad acompañada de un sol ardiente o su oscuridad sin horizonte, ahuyenta y expulsa a los vivientes.
Las familias viven jornadas de desierto. Sus miembros experimentan que la vida de la conversación, las caricias y miradas, el cuidado y la comprensión están ausentes. Las crisis de uno de sus miembros, el dolor y la enfermedad, la carencia de lo necesario, las adversidades denigrantes, los despidos o los fracasos suelen tornar la vitalidad familiar en un dolor de desierto humano que ahuyenta a sus miembros y los obliga a huir o a encerrarse en sí mismos. La soledad y el silencio abruman con su presencia.
Las adversidades, los conflictos interminables, sin solución adecuada, el “no saber qué hacer” y como enfrentar esos desiertos son interpretados no solamente con un “así es la vida”, sino con una actitud permanente de fracaso o con el estigma de “familia disfuncional”.
Sin embargo, el desierto tiene también una dimensión positiva y oculta a lo sensorial, pero no al espíritu. Su silencio es una gran oportunidad de mirar y descubrir el mundo interior personal tan poco visitado. Pero tememos visitarlo porque nos han enseñado que ahí habitan nuestras maldades, culpas, pecados, resentimientos y reproches como fantasmas perpetuos siempre dispuestos a condenarnos. No nos damos ni el perdón, ni el olvido necesario para deshacer sus ventoleras estériles y permitirnos recordar y revivir las bondades que hemos repartido, el amor de mil sonrisas que hemos transmitido, los servicios que hemos recibido y que hemos proporcionado.
Los fantasmas del desierto interior son una barrera que no sólo oscurece, sino que borra la memoria personal y familiar. Nos llena de prejuicios que nos atosigan y torturan con acusaciones, denuncias condenatorias e impiden un diálogo interno comprensivo, nutritivo y oxigenante.
Los desiertos son eventos ordinarios en la vida familiar. Transitar de un ciclo familiar a otro los trae consigo, como los ciclos de las estaciones. La familia tiene que aprender a lidiar con ellos de manera positiva si quiere mantener su unidad, su identidad y su vitalidad. Debe aprender a trascender sus desiertos.
La fortaleza de su desarrollo espiritual depende de la consideración que le dé a cada desierto que va encontrando en su caminar. Si lo considera como una tragedia irremediable, irá acabando con la familia y su cohesión. Si lo define como un accidente transitorio, como otro obstáculo en el camino, el silencio y la soledad compartida revelarán la sabiduría que radica en el corazón de toda familia. Por ello tenemos millones de ejemplos de familias trascendentes. No se asustan con los fantasmas del desierto, caminan 40 días y trascienden la oscuridad que los rodea, el frío que paraliza, el calor que debilita.