La agenda siniestra
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Comentaba ayer en mi red social que los taxistas capitalinos, en lugar de mejorar su servicio, estandarizar sus precios, ofrecerle seguridad a sus pasajeros, utilizar las nuevas tecnologías (en lugar de oponerse a ellas), lavar el coche, ser amables y ponerse desodorante, optaron mejor por lo que les dictó su sentido común: ¡crucificarse!
Claro, esa es la respuesta a nuestros retos y problemas. Asumir la postura del mártir. Ser mártir. Hacerse la “vístima”, porque hacer lo correcto… ¡Qué locura! ¡Cuándo se ha visto que funcione!
Le tenemos repelús al cambio. Nos resistimos, hacemos el cuerpo duro y de tan duro las ideas se nos hacen paradigma y los paradigmas se nos vuelven piedra.
Y he aquí que a tres años (o así) de la llegada de Uber a nuestro País, los taxistas aún tienen ganas de que Papá Gobierno intervenga y les garantice intacta continuidad para su modus vivendi.
A estas alturas es como oponerse a la erección (¡cof, cof!) de, digamos, el Faro de Alejandría, que ya desde el siglo 14 se lo cargó un terremoto. Pues igual con Uber, que conforme se ha ido aclimatando al País, se volvió igual de mediocre y chafa que el servicio de taxi (lo usamos ya casi nomás por la seguridad que nos da la aplicación).
De manera que la protesta del Sindicato de Chafiretes, Ruleteros y Conexos de la República Mexicana S.A. de C.V. además de pobre en argumentos la encuentro bastante tardía.
Es común, luego de cierta edad ver una amenaza en todo lo que reta a nuestras creencias. Especialmente, si se meten con lo que creíamos iba a ser nuestra fuente de ingresos a perpetuidad, como unas placas de taxi.
Es por ello que a la hora de decantarnos por la postura conservadora en un conflicto, cualquiera que sea, tenemos que preguntarnos y respondernos sinceramente si hemos abrazado dicha postura sólo porque nuestra comodidad se verá comprometida de imponerse las ideas más progres.
Otra polémica se desató luego de que la Jefita de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, presentara a los medios y a la sociedad en general el “uniforme neutro” para las escuelas públicas de dicha capital y que no es otra cosa más que el darle a las niñas la posibilidad de elegir entre falda o pantalón, según sea su preferencia, en vez de hacerlas usar la acostumbrada primera opción obligatoriamente. Mal por la Sheinbaum por sobredimensionar lo que es una cuestión bien anodina.
Por los tiempos en que vivimos, redactar una disposición así necesariamente tiene que incluir igualdad de derechos para ambos sexos, por lo que elegir entre faldas y pantalones, es una opción también para los muchachos si es que alguno así lo desease.
Por la reacción de algunos grupos y personajes ultra mochi conservadores (lo que era de esperarse) parecería que se trataba de una ordenanza y que con carácter de obligatorio la escuela les estaba pidiendo a los padres de familia mandar a sus junior, orgullos de papá, con vestido de noche, tacón de estilete, medias de liguero con encaje y perfectamente maquillados para la ocasión.
A todos los que razonaron de esta manera les voy a pedir encarecidamente que ya no escuchen a Vicente Fernández. Es decir, sí, escuchen sus buenos discos de los años 70, pero desoigan las pendejadas que le salen de esa bocaza de la que salieron tantos éxitos y entró tanto canijo tequila.
Es sólo que una ley, en términos de lo que hoy llaman equidad, tiene que dejar la puerta de los derechos abierta para todos y cada uno de los individuos.
Es decir: Si por humanidad y luego de medio siglo de haber normalizado los pantalones para ambos sexos, le vamos a permitir por fin a las chamacas escolares elegir entre falda y pantalón, lo que mejor les acomode -ya sea para protegerlas de las inclemencias del tiempo o de las miradas lujuriosas de muchos de los que hoy se ofenden y quieren morir del soponcio- esa misma opción se le otorga en consecuencia a toda la población estudiantil.
¿Qué puede pasar? Dos o tres cosas.
1.- Que ningún muchacho la quiera usar. 2.- Que alguno por diversión se ponga la falda para reírse un rato con sus compañeros y se la quite en cuanto la “carrilla” sea insoportable. 3.- Que algún chico fuertemente identificado con el sexo opuesto decida ponérsela y tenga para esto el respaldo de su familia. Entonces comenzará su calvario ya que por desgracia, en pleno siglo 21, en lugar de dialogar sobre cosas importantes como la pobreza, los derechos universales, la justicia o la ecología, la gente está más preocupada si un muchacho se quiere colocar una falda un día o el resto de su vida. Por favor, no sea de esas personas que le hacen la vida pesada a los demás.
Si me lo preguntan, yo sí creo que hay una agenda política del orden global detrás de todo esto. Una a la que no le interesa si el mundo entero se homo-erotiza, o si nos volvemos todos hermafroditas, o asexuados, porque todo lo que busca es tenernos a perpetuidad discutiendo nimiedades y estupideces como ésta.
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