Mirador 04/04/2020
COMPARTIR
TEMAS
San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir la limosna de los pobres.
En el camino vio a un niño que lloraba desconsoladamente al pie de un árbol: los muchachos le habían quitado su gorra y la habían arrojado a la más alta rama.
El frailecito hizo un movimiento con su mano. Los rayos del sol que jugaban en la fronda formaron una escala. Por ella subió Virila y le bajó su gorra al niño.
-Muchas gracias –dijo éste. Y se alejó.
San Virila sonrió al ver la naturalidad con que el pequeño recibió el milagro. Si los aldeanos hubiesen visto aquello habrían caído de rodillas entre gritos de admiración y asombro.
Mientras seguía su camino iba pensando San Virila que para los niños no hay milagros porque ellos no han olvidado todavía que todo en el mundo es un milagro.
¡Hasta mañana!...