Raza brava estudiantil
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Es época gloriosa. Tiene mucho de romanticismo y magnanimidad.
Tiempo de sueños y de ilusiones, de grandes desafíos y logros impresionantes. Florece ya en las puertas de la universidad esa bohemia del corazón que llamamos amistad. Y brota la esplendidez del bolsillo vacío y todo brota del corazón. Tiempo de heroísmos cotidianos que brincan obstáculos y saltan grietas del camino. Periodo de búsquedas y de imitaciones, de admiraciones y emulaciones, y de descubrimientos de yacimientos en las vetas personales.
“Oye préstame tu bicicleta”, “te devuelvo el libro mañana”, “se le ponchó la llanta en la carretera. No trae refacción. Vamos a llevársela. Son las dos de la mañana. Yo pongo la moto”.
Uno para todos y todos para uno en la camaradería estudiantil. Años de libros bajo el brazo, “es que el conocimiento entra por ósmosis”, de preparación de presentaciones audiovisuales en que lo biológico y lo gráfico, lo oratorio y lo mnemotécnico se trenzaban para impresionar.
La raza brava estudiantil se metía a los deportes. Aquel basket, este beis, aquella natación, este fut y hasta el gordo le tiraba a boxeador. Y la política para ganar las sociedades de alumnos, donde había pancarteo y delitos electorales tolerados en el regalo de bolígrafos, reglas y libretas antes de la elección.
A este maestro se le llamaba “La Célula”, a aquel que se paseaba en clase se le echaba azúcar en el piso para el rechinar de cada paso y algún aventado hasta colgaba al pasar una cola de periódico en su saco sin que él lo advirtiera. “¿Por qué se ríen? Esto que leo no es cosa de risa”, decía el ambulante profesor zarandeando al andar su cola de periódico.
Había serenatas de los enamorados en que todos hacían coro y en la noche del 9 al diez de mayo se recorrían todos los balcones maternales. Había tragos de canela calientita y algunas veces hasta un taco trasnochado. Subir y bajar en algún amanecer el cerro del pueblo era proeza de algunos escaladores empedernidos. Ir al mercado, todos a tomar aguas frescas en primaveras tórridas era caminata obligada.
Y fue tremenda la cruda moral aquella vez. Tuvo que hacerse una excursión al cañón de san Lorenzo para sentarse bajo los árboles a conversar. Todos con buenas calificaciones, claro. El más astuto planeó la entrada por la ventana al anochecer para sustraer las preguntas del examen. Otro las transcribió para dejar todo igual. Al otro día nadie sacó menos de 8 sobre diez. Pero la cruda fue dura, se reflexionó y hubo autoreprobación generalizada y propósito de enmienda.
De los bachilleratos de ciencias sociales, de biología y de matemáticas partió la selección de carreras universitarias. Y cada uno en su facultad fue acercándose a su título profesional.
Las aventuras existenciales siguieron encadenándose gloriosamente para convertirse en una cadena luminosa de recuerdos.
Este día del estudiante que acaba de pasar lo celebra una generación de jóvenes sumergidos en redes virtuales y tecnologías cibernéticas. Se preparan para un mundo que corre a grandes zancadas dejando desperdicios de obsolescencias en el camino. También son la raza brava en cuya vida se va haciendo la misma ensalada con repetidos e innovados ingredientes. Son el sabor de la esperanza, de la renovación, de la humanidad victoriosa que estrena el porvenir...