Transformación de la comunicación
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El lenguaje es como un magnífico piano que puede soportar por igual todas las estridencias y sonar con todas las armonías de un concierto.
Uno nota una cierta contaminación en la comunicación comunitaria. Se privilegia lo horrendo, lo catastrófico, lo escandaloso, lo desafinado. El clamor que intenta ser noticioso se vuelve un estruendo de una algarabía ensordecedora que produce aturdimiento.
Lo que se supone más noticioso es lo que cause temor, desagrado, indignación, protesta, desaprobación. El contenido mediático tiene que llevar una carga cáustica de datos alarmantes. Lo que antes se reservaba a la nota roja ahora ha teñido de bermejo y bermellón, encarnado, escarlata, colorado y carmesí cada información de acontecimientos impactantes.
El mundo está lleno de sucesos portentosos reveladores de la dignidad humana, de la generosidad servidora, de los logros científicos, artísticos, espirituales y de las conductas de vidas humanas ejemplares en todos los rumbos del planeta. El mundo mediático se ha vuelto asustadizo y fomenta reacciones de pánico, de perplejidad, de desánimo y hasta de desesperanza.
Una invasión de sombras o de dedos que se acercan a los ojos, intentan tapar el sol de cada día. Inflando información hasta la letra grande y la primera página o la radiotransmisión más prolongada y la peor imagen televisiva repetida hasta la saciedad. Únase a eso las series y filmaciones en que la violencia, la venganza, la crueldad son el picante que ha de tener como ingrediente todo platillo en las plataformas de comunicación. El resultado es eso que Trump llama fake news, no tanto por contrarias a él, sino por exageradas y hasta mentirosas.
En la plaza pública de las redes cada quien se pone su máscara de desfachatez, de boca-floja, de descalificador, de lépero de “perdonavidas”, haciendo leña de todo árbol caído y ensañándose desde un anonimato excluyente y esgrimiendo la espada, de doble filo y sin empuñadura, del libertinaje verbal que le corta su propia mano al estoquear.
La transformación de la comunicación empieza en los hogares. El constante tono bélico, la autodefensa sin que haya ataque, el grito y la riña con mutuas acusaciones tendrá que sustituirse por esa cortesía y delicadeza que puede compaginarse con la franqueza norteña. Los adversarios domésticos se van convirtiendo en interlocutores. La polémica se vuelve diálogo. Se multiplican las felicitaciones, las palabras que dan ánimo, las que expresan afecto y estalla la bella pirotecnia del buen humor, con la doble floración de la sonrisa y la carcajada.
Una comunicación humanizada, civilizada, dignificada con ese sano clima del respeto mutuo es como la lubricación que evita raspaduras, desgastes y facilita la circulación de amor, verdad, justicia, libertad y paz...