Una bendición por segundo
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El miércoles alguien me deseó una bendición por cada segundo vivido. Ahora estoy intentando determinar cuántos segundos he vivido en 66 años. No estoy hablando de matemáticas, sino de vida. ¿Cuántos segundos de mi vida han sido vividos? ¿En cuántos de esos segundos reí lo que había que reír, lloré lo que había que llorar, amé lo que había que amar, jugué lo que había que jugar, me dediqué a lo que estaba frente a mí (o a quien estaba frente a mí), sufrí lo que había que sufrir, aprendí lo que había que aprender, solté lo que había que soltar, y me agarré de lo que podía sostenerme?
Estar dentro del flujo de la vida es una experiencia compleja y logramos sostenerla siempre. A mí me rebasa con frecuencia. O, tal vez lo que me rebasa son mecanismos diseñados para evitar o controlar o determinar ese flujo de vida de una manera que no está siendo en el momento dado. Protestar por contratiempos, no soltar lo que no puedo controlar, andar de metiche, tomar responsabilidades que no me corresponden, preocuparme por situaciones que aún no nacen. Actitudes que son contrarias a “vivir”. De los segundos que han transcurrido en mi vida, y las bendiciones correspondientes por el deseo referido, habrá una rebaja considerable.
Los últimos años me han confrontada con el flujo de la vida. Pérdidas, tristezas, enojos, descubrimientos, cansancios, ansiedades, compromisos, fallas, aciertos, satisfacciones, lágrimas...un río de cauce variable que me ha llevado a profundidades que me asustan y me consuelan a la vez. Mis segundos son más vivos, y estoy abierta a las bendiciones.