‘¡Weeeeeey!’
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En un reconocido restaurante de esta ciudad, mientras espero al grupo que nos reuniremos para partir rumbo a un encierro de un par de días de reflexión y trabajo académico, he tenido la fortuna de escuchar la plática de la mesa adjunta. Es inevitable. El volumen de las voces y el entusiasmo de la plática me llega sin opción siquiera a hacerme pendeja. El tema, las relaciones (particularmente con las suegras), la proyección (sorprendente escuchar a alguien que sabe que lo que veo afuera es mío), cuestiones de psicología popular de moda (lo que le permito y no le permito al otro, para que me afecte o me deje de afectar), todo intercalado con el título “weeeeey” cada 5 palabras cuando menos.
Son tres mujeres muy jóvenes, tal vez de la edad de mi hija menor, hermosas las tres, delgadas, bien vestidas... un poco el cliché de un sector específica de la sociedad. Normalmente me dedicaría a encontrar los errores en su discurso, y un poco a envidiar su belleza, o tal vez la crítica justo nace de esa envidia. Pero hoy no. Me sorprendí sonriendo al escuchar. Digo que yo misma me sorprendí de mí. En el fondo de mí, sé que no hay razones ni verdades absolutas y que todos, especialmente yo, estamos andando un camino a tropiezos, haciendo y activando lo que está a nuestro alcance en el momento dado.
Y ahora mi sonrisa se convierte en risa. ¡Neta! Pobres de mis maestros. Estoy segura de que he sido de los discípulos más lentos y de cabeza más dura, más desconectada, más lejana de la transformación... ¡ah! Pero más terca y constante. Tal vez por fin hay una grieta en mi armadura.