‘Asesinato en América’ (2 de 2)
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Usted y yo lo hemos sentido alguna vez en nuestra piel. Lo hemos visto y lo hemos escuchado con oídos de pavor y miedo. Es la violencia demencial de los cárteles de la droga afincados en todo el territorio nacional. Cuando esto iniciaba (y hoy para desgracia de todos, nos hemos acostumbrado. Nos hemos vuelto casi ciegos ante tanta brutalidad), dos declaraciones en un lapso corto, vinieron a dar en el quid de la cuestión: una, cuando entre 2009 y 2010, justo cuando era presidente Felipe Calderón Hinojosa, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo: “La brutalidad y la barbaridad (de los cárteles del narcotráfico) van más allá de lo imaginable”. Primera alerta roja.
Luego, al siguiente año, si mi memoria no me falla, en una entrevista ya para la historia, el que es considerado actualmente el mejor reportero del mundo, John Lee Anderson, dijo a rajatabla: “Yo no cubriría el narco mexicano”, aunque espetaría una serie de cuestiones de operatividad cotidiana para hacerlo, líneas después analizaría la situación de la violencia extrema que azota aún hoy a México: “Ustedes los periodistas mexicanos tienen que averiguar qué es lo que enmascara a la sociedad mexicana para encerrar en su seno tanta violencia… no es posible que tanta violencia y que criminales tan sádicos, tan imaginativamente sádicos, hayan surgido de pronto en el panorama mexicano. Algo esconde la sociedad mexicana que lo fue incubando durante años y años”.
Lo anterior viene a cuento porque aquí son los cárteles de traficantes y lucha por el territorio; en Norteamérica, son esmirriados muchachos de entre 14 y 18 años, exmílites, o bien y de plano, simples ciudadanos que hartos de la vida normal y de éxito en EU, toman un día de furia para sí (cuando bien dura) y muchas de las ocasiones y en sólo minutos, llegan a perpetrar matanzas bestiales, demoniacas, de las cuales usted una y otra vez se da cuenta, y hoy, por virtud de los gadgets, incluso en “tiempo real”.
Estos buenos textos hablan de asesinatos bestiales, asesinos en serie y jóvenes seguidores de Hitler a los cuales les hacían lo que hoy llamamos “bullying” y al final, estos se cobraron los insultos y la afrenta con decenas de muertes de sus compañeros. Las letras tienen la virtud precisamente de hurgar en la carne podrida de los protagonistas, nos dan los antecedentes, dónde y cómo se incubó este odio que llegó finalmente a la muerte. Es el caso de reportajes sobre un par de muchachos millonarios que planearon “el crimen del siglo” (mayo de 1924) o bien “La caza del hombre”, un culebrón sobre un tirador solitario amparado en las inhóspitas montañas de Huntingdon.
Esquina-bajan
O bien, dos textos sobre dos matanzas que son referente histórico para los vecinos gringos: la masacre de Columbine y la de la Universidad de Kent. ¿Quiénes las perpetraron tan salvajemente? Muchachos estudiantes. Así de sencillo. En la primera aquí nombrada, usted la conoce y sabe algo de ella: dos estudiantes miembros de una cofradía oscura y siniestra, ataviados con gabardinas negras y botas militares, mataron a 12 de sus compañeros, un maestro, hirieron a cuanto joven se encontraban, y luego se suicidaron.
Los jóvenes enmascarados y ataviados con gabardinas oscuras donde tenían tatuadas frases de Adolf Hitler, de inicio, fueron por varios objetivos: minorías étnicas y deportistas, los cuales en el Instituto Columbine, los hacían blanco de agravios y burlas. Es decir, lo que ahora le decimos “bullying”. Los dos muchachos asesinos que entraron armados hasta los dientes (llevaban pistolas, escopetas y explosivos con temporizador, los cuales fueron estallando escalonadamente) al instituto en 1999, fueron Eric Harris y Dylan Klebold, de 18 y 17 años. Estos eligieron realizar la masacre en una fecha simbólica: el día del aniversario 110 del nacimiento de Hitler.
Fue de tal repercusión el sangriento hecho, que se filmó al menos una película (sé de otra, pero no tengo el dato a la mano), “Bowling for Columbine”, de Michael Moore. En fin, estos textos ganadores del Pulitzer, funcionan como reportajes y no pocas veces, como novela negra. Hay suficiente terror, drama y tensión, que los episodios se leen con holgura y ansia. Y caray, amantes de la sangre, la violencia y el morbo los norteamericanos, de casi todos los hechos violentos aquí escritos, realizaron películas. Es el caso de los dos jóvenes hijos de millonarios (episodio de 1924), que mataron salvajemente a un muchacho de su edad (casi niños), sólo para perpetrar un crimen perfecto, sin abolladuras. El caso inspiró la cinta “La soga” nada menos que de Alfred Hitchcock.
Letras minúsculas
Buen libro. Buena prosa. Buenos casos de sangre y fuego. Se llama “Asesinato en América”. Vale la pena.