Automóviles en Saltillo
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Existen en circulación una gran cantidad de vehículos automotores en Saltillo. Todo el día y a cualquier hora circulan por sus vialidades haciendo cada vez más complejo el tráfico de la ciudad.
Antes solía ser de otro modo. En los años cincuenta, la ciudad era pequeña y sus calles muy tranquilas. Había tan pocos vehículos en las vías del centro que los niños eran los dueños de la calle y a todas horas se les veía jugando a la roña, los encantados, la cuerda, la pelota, las canicas… Ahora hay que hacer ciclovías para los ciclistas y puentes elevados para los peatones. Hace años, las calles menos empinadas de la ciudad eran una delicia para los niños patinadores. La retorcida calle de Bravo, en el tramo de Escobedo a Juárez, era la favorita para jugar a las carreras en los carritos de roles, antecedentes directos de las patinetas de hoy. Llegar hasta Aldama era una hazaña que pocos conductores de carritos de roles alcanzaban. El riesgo de toparse con algún automóvil en las bocacalles de De la Fuente y Juárez era mínimo y, si acaso, un vehículo llegaba a asomar la trompa en cualesquiera de las dos esquinas, seguramente el chofer podría frenar a tiempo para dejar pasar el veloz carrito con dos o tres niños en la desvencijada plataforma de viejos tablones de madera. El mayor riesgo era que la cuerda amarrada al eje de las llantas delanteras se reventara, o que por falta de pericia el conductor chocara con la cuneta y los que viajaban en el carrito salieran volando.
Los primeros automóviles, unos dos o tres, llegaron a Saltillo más o menos en 1905, pero 10 años después había más de 25. En las tardes salían los dueños a pasearse por la de Victoria y a dar vueltas a la Alameda. Ahí podían verse los carros, muy voluminosos entonces, y muchos descapotados o convertibles, de marcas como Buick, Hudson, Packard, Renault, Ford. Asienta don Pablo Cuéllar en su “Historia de Saltillo” que había uno de la marca austriaca Steyr: “con el asiento posterior muy alto y daba la impresión de que sus ocupantes iban sentados en un trono”, y agrega, “a esto contribuía también la actitud de los ocupantes”. También había, dice, de marca Mitchell, con ruedas de radios de alambre pintadas de blanco.
En 1914 había muy pocos automóviles en Saltillo y la ciudad estaba intranquila con la entrada y salida de las tropas revolucionarias. Los excesos cometidos por los soldados en Concha del Oro y el desenfrenado saqueo en Matehuala, que los jefes no pudieron evitar porque estaban en el campo de batalla, dieron pie a que las familias pudientes emigraran, dejando abandonadas sus viviendas y propiedades. Ya ocupada la ciudad, se hacían cateos en las casas con el pretexto de buscar armas y caballos, y los jefes se instalaban en las que estaban solas.
A los generales revolucionarios también les gustaba pasearse en carro, no sólo montar a caballo. Poco antes de retirarse las tropas que habían ocupado la ciudad, el general Francisco Villa le mandó un recado a Ernesto Santoscoy en el que le indicaba que a uno de sus generales le gustaba el automóvil que traía en uso (que desde luego había obtenido de alguna casa abandonada), y que le agradecería se lo entregara, y a cambio le daría uno de don Francisco Arizpe y Ramos. Este último era el propietario de la casa que ocupaba Villa frente a la plaza de Armas, una de las principales de la ciudad. Santoscoy pensó que si lo entregaba tendría un mejor carro, y así lo hizo. El día que Villa salió de la ciudad, mandó por el automóvil, que era propiedad de Pepe Arizpe, el hijo de don Francisco, pero sus gentes no pudieron echarlo a andar, ni los mecánicos que envió, y tuvieron que sacarlo a empujones y casi cargado de la cochera, que daba al antiguo callejón de la Pulmonía, a un costado de la Catedral. Una anécdota más de los carros en Saltillo.