Banksy
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Banksy es el nombre de batalla de uno de los artistas más célebres e influyentes en el mundo contemporáneo, al que sin embargo nadie, fuera de su círculo íntimo, puede afirmar con certeza el haberlo visto jamás.
Sucede que Banksy trabaja en la clandestinidad porque se especializa en intervenir espacios urbanos, usualmente (aunque no de manera exclusiva) con grafitis de un fuerte comentario contra el consumismo y la sociedad moderna en general.
Poquísimo se sabe de él, aunque se le adjudica nacionalidad británica y una edad que ronda los 40 años. Y a pesar de ello, desde las calles, ha ganado la notoriedad y atención que ya quisieran miles de artistas de galería.
La legitimidad de su propuesta es por supuesto objeto de discusión. Para muchos críticos no es sino mero vandalismo (y en parte lo es) y otros expertos aseguran que su crítica no es del todo congruente. No obstante, tiene millones de seguidores, discípulos, fanáticos y admiradores que pagarían algunos miles por una pieza de su trabajo… a pesar de que muchas veces esto constituye un problema.
Usualmente el artista anticipa desde su cuenta oficial de Twitter la develación de sus creaciones, luego la aparición de su obra, siempre en un espacio público, es todo un acontecimiento mediático.
Pero su arte es efímero, a las pocas horas suele ser atacado por quienes no comparten sus ideas o sus métodos y la obra se pierde, la mayoría de las veces, para siempre.
Por fortuna, para cuando esto sucede, gracias a los equipos móviles, la imagen ya subió al cíberespacio y fue reproducida millones de veces, cosa que difícilmente hace la obra atrapada en los confines de un marco.
Yo soy rendido admirador de alguien que no sé ni cómo se llama. Aunque la semana pasada, una nota periodística esparció el rumor de que el celebérrimo artista callejero podría ser en realidad Robert del Naja, vocalista de la banda Massive Attack, esto debido a las coincidencias entre los tours de esta agrupación y la aparición de las obras de Banksy alrededor del mundo. Sin embargo, todo quedó en mero chisme.
Me gusta Banksy, por supuesto, porque es incómodo, porque increpa al poder y a los grandes capitales, porque su discurso es en favor de la igualdad y la paz; por transgresor, por irónico, por socarrón y porque, aunque opera fuera de la ley, su arte no tiene víctimas, sólo aquellos a quienes va dirigido su letal dardo de artista.
Yo defino el trabajo de Banksy como una fusión de arte, diseño gráfico, cartón editorial, activismo y vandalismo. Me encanta o, para decirlo en la insoportable jerga que nos cargamos en esta terrible posmodernidad “soy su fans”.
Sucede que el grafiti ha sido históricamente la tribuna de los que no son escuchados, el micrófono de los sin voz, la letra de los que no tienen imprenta. Es un medio subversivo por naturaleza (aunque en México hasta las paredes han sido acaparadas por la partidocracia y su horrorosa publicidad). No obstante, de vez en vez la disidencia hace sus pronunciamientos, declaraciones y manifiestos de inconformidad en alguna pared.
Hace unos meses la lente periodística captó un grafiti inusual para Saltillo: vinculada a la cara del ex Gobernador Humberto Moreira, el cuerpo del ratón Mickey Mouse en su pose clásica, balanceándose, con las manos por detrás.
Más descripción o detalle es redundante, la imagen lo dice absolutamente todo. Lo que yo pudiera agregar sale sobrando. Sólo diré que la pieza no le pedía nada a un Banksy.
Allí el poder de la reflexión instantánea que solo la imagen posee, allí la fuerza del muro como medio rebelde de comunicación. El pensar y sentir de miles y miles de coahuilenses en un manchón de tinta sobre una pared.
Pero, desafortunadamente, al igual que los trabajos del mundialmente anónimo Banksy, la obra de su homólogo Saltillense fue eliminada al poco tiempo.
Alguien se tomó demasiadas molestias para ir a borrar un insignificante grafiti, en una ciudad de paredes devoradas por rayones ininteligibles, mugre y publicidad.
Pero ese “Mickey Moreira”, “Beto Mouse”, con su incómodo mensaje sobre un tema que seguirá vigente durante décadas, no podía, no debía seguir propagando entre los transeúntes su mudo pero inequívoco discurso sobre los personajes que nos gobiernan.
Por fortuna, al igual que con el arte del célebre grafitero inglés (?), la obra del Ratón fue reproducida digitalmente, para esparcirse donde no hay restricciones físicas, el mundo virtual. Esos son los alcances de la obra urbana, genuinamente subversiva, y Banksy lo sabe.
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