Café Montaigne 12
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TEMAS
“Tenía pesadillas, deliraba con el sol, con playas ardientes…”, rezan unos versos del sabio mexicano, Octavio Paz. Son parte de su poema en prosa, “Arenas movedizas”. ¿A quién le gusta el soporífero calor? No lo sé. Cuando hace calor como hoy, yo prefiero oxidarme en mi habitación. No salgo. Prefiero escurrir en calzoncillos en mi cuarto, imaginarme el invierno y escuchar música. Todo ello acompañado de buenas dosis de whisky y ron. Con poco hielo en honor a la verdad. Si le agrego hielo, por las noches, la garganta me cobra la factura. El calor es insano, al menos para mí. Cuando he tenido dinero de sobra en mis precarios bolsillos, siempre escogí el viajar a lugares templados o de plano fríos. Le huía a las playas. Aunque, las conozco todas las principales. ¿Me divertí en ellas? Sí. ¿Las disfruté? Sí. Pero, ya las conocí. Con eso tuve.
Con el calor y el sol, nos dijo atrás el Nobel Octavio Paz, llegan las pesadillas. Le creo. Con el calor y el insomnio, los mosquitos llegan y son una fuerza alada y artillada la cual nos perturba a tal grado en noches altas y sin brillo, y no pocas veces nos lleva al desquiciamiento por minutos u horas. Los sueños de la razón, para decirlo con Francisco de Goya, producen monstruos. Los insectos, moscas y moscardones se presentan y se magnifican. En un viejo libro de poemas de Jaime Moreno Villarreal, “La estrella imbécil”, éste tiene un buen texto, entre la narrativa, la estampa y la prosa poética, donde la vida cotidiana se presenta azuzada por la aparición de un alimaña (dos, al parecer) en la vivienda de la víctima. El narrador, al no saber el nombre o taxonomía de dicho bicho, lo bautiza como un “Palingeno”. El narrador le acerca un cerillo y cree matar al animal de “largas patas.” Luego, en el siguiente episodio, el “Palingeno” escaló en la noche su pierna, mientras el narrador escribía hasta ya muy entrada la noche.
Así lo cuenta: “Reaccioné demasiado tarde, aterrorizado. Cuando cayó al piso, lo aplasté, a modo de escarmiento. A la mañana siguiente ya no estaba ahí…”. El terror se hace presente. Luego, el poema/narración avanzará y es una buena lista de larvas y bichos los cuales se hacen presentes en la vida del poeta. Primero, una lagartija sobre la cama del escritor, luego una mariposa abatida en el parabrisas de su auto; posteriormente, una abeja la cual se estampó sobre el cuello de la víctima y por último, la aparición de nuevo del bicho extraño, el renacido “Palingeno”. Nadie está a salvo de esta plaga en tiempos de harto calor. Nadie puede sobrevivir en su sano juicio a más de tres meses de calor demencial y a la turba de insectos no sólo alados, sino rastreros. El ser humano es un ente menor ante el embate de fieras como un mosquito, una cucaracha, una lagartija o el siempre temible ratón…
Esquina-bajan
Al momento de pergeñar estas líneas, de reojo, veo una cucaracha la cual se mueve lentamente como badajo de campana, camina lentamente atiborrada de sobras de comida. La veo deambular en la orilla de mi estudio. ¿De dónde viene? Me petrifica. ¿Cómo llegó aquí la muy maldita? Entonces, un día cualquiera, uno amanece convertido en una cucaracha, en un bicho repugnante. ¿Este bicho el cual camina macilento en la orilla de mi estudio, es Gregorio Samsa? ¿Si lo destripo con mi escoba lista ya para dicho fin, destripo a una alimaña, a Gregorio Samsa o al mismísimo Franz Kafka? ¿Alguien puede explicar coherentemente de la metamorfosis de un humano, míster Samsa, en un despreciable y abominable bicho con panza oscura y abultada y decenas de patas moviéndose al unísono? Un bicho, una cucaracha, sí, ¿ y no escogió mejor una tortuga, un pájaro, un equino para semejante mutación y metamorfosis? ¿Motivo?
Limpio el sudor de mi frente. Dudo en aplastar a esta cucaracha del verano. Por la retaguardia, me ataca una mosca. Le doy un manotazo del cual se burla. Planea en otros lugares y no tengo un matamoscas a la mano. El chiste es viejo, pero retrata a esta plaga: si matas a una mosca, vienen docenas a su entierro. Analizo dejarla viva y molestándome. Si la mato, las moscas regresan, siempre están vivas. Así lo sabe uno de los más grandes poetas el cual he leído, Charles Wright, el cual es dueño de un gran libro: “Zodiaco Negro.” Aquí se lee: “Las moscas llegan/ y la tarde palpita sobre su verde orilla/ y como un peso muerto/se ubican/ junto a la nostalgia/ sobre la pálida bastilla de la túnica del amo…”. Las moscas, los enjambres y nubes de moscas no respetan a esclavos, guerreros, escritores, obreros o amos. Sólo llegan, se posan y toman posesión de cualquier residencia, campo florido o estancia. Ni se diga cuando revolotean sobre los muertos…
La mosca causa repugnancia por esto. Se posan sobre cualquier masa inerme y aún así, picotean y maman alimento para seguir en su deleite. El divino ciego Homero lo sabía y lo dejó en sus cantos de guerra, por hoy lo dejaremos ejemplificado en su “Ilíada”. Un fragmento prosificado: “Y ya ni un hombre perspicaz hubiera conocido al divino Sarpedón, pues los dardos, la sangre y el polvo lo cubrían desde los pies a la cabeza. Agitábanse todos alrededor del cadáver como en la primavera zumban las moscas en el establo por cima de las escudillas, cuando los tarros rebosan de leche: de igual manera bullían aquéllos en torno al muerto”. Las nubes de moscas y mosquitos buscan las heridas vivas, las huellas expuestas, la inmundicia de los alimentos; buscan lacerar nuestra salud y nuestras acciones. Entregado a la defensa de mi recámara y mi estudio, maldigo el calor y a estas bestias de guerra.
Letras minúsculas
Me bato en silencio. Una de ellas ha osado pararse un segundo en mi vaso con ron. No hay esperanza, sólo la huída…
Las moscas, los enjambres y nubes de moscas no respetan a esclavos, guerreros, escritores, obreros o amos. Sólo llegan, se posan y toman posesión de cualquier residencia, campo florido o estancia.