Café Montaigne 153: las memorias de Mario Vargas Llosa
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Hace algunas lunas se publicó en este generoso espacio de VANGUARDIA y en esta tertulia sabatina de “Café Montaigne” el número 150 de la serie, donde hablé de un proyecto en mi horizonte: hablar de las bibliotecas y libros de ciertos seres humanos los cuales tienen en ellos a sus mejores amigos y amantes. Seres humanos altos –de las más diversas profesiones y oficios– los cuales se entregan casi todos los días de su vida a ver morir la tarde en soledad, recluidos en sus aposentos, mientras se entregan a un placer solitario y para solitarios: leer.
Muchos comentarios y apostillas me llegaron. Espero presentar pronto aquí el proyecto en esta casa editora y sí, hacer la lista de humanos con bibliotecas bien dotadas donde se apilan y atesoran libros, buenos libros en lugar de doblones de oro o piedras preciosas. Hablé en esa columna de la pasión del actual diputado local, Juan Antonio García Villa por ese libro y esa figura universal: “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra. Entre nosotros, sin duda alguna García Villa es el hombre el cual más sabe sobre ese libro y ese santo tutelar de la humanidad. Enmiendo la plana rápidamente. Juan Antonio García Villa junto al maestro, editor y músico Jaime Torres Mendoza, son los dos humanos entre nosotros, quienes han hecho de Cervantes y don Quijote y su fiel escudero, el panzón don Sancho, su “leit motiv” de vida y emblema.
En ese texto también platiqué de la pasión del abogado Gerardo Blanco Guerra por ese poeta chileno al cual todo mundo nos hemos plagiado para enamorar a musas de terciopelo, Pablo Neruda. Pero, ¿Qué otros libros habitan en la biblioteca de García Villa, en la de Blanco Guerra? ¿Cuáles extraños volúmenes se apilan en las mesas y estanterías del pintor Rubén Cadena? ¿Qué libros de alquimia atesora en su biblioteca secreta el chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas? Pero ¿qué libros, qué buenos libros forman la biblioteca de un político o de un académico como Felipe de Jesús Balderas y Carlos Gutiérrez Aguilar, ambos colaboradores de este diario? ¿Qué tesoros bibliográficos se esconden en las dos o tres bibliotecas de Armando Fuentes Aguirre?
Un atento lector me pregunta lo siguiente: ¿dónde se encuentra la mejor biblioteca sobre Don Quijote de la Mancha? Caray, no lo sé en verdad. Quien debe de tener este dato repito, es don Juan Antonio García Villa. Pero, lo que sí sé es lo siguiente: hay una colección para bibliófilos, libros que valen más que el oro del Perú o más que una colección de reloj Rolex (los que me ponga). Los libros están en caja fuerte y de vez en cuando, muy de vez en cuando se exponen al público en su Museo. Sí, es la colección de libros sobre el Quijote atesorada y formada por libros de todo el mundo, diseñada en vida precisamente por el empresario y filántropo Franz Mayer. Y claro que usted lo sabe, dicho Museo el “Franz Mayer” está a un costado o dentro de esa Iglesia de la ciudad de México, bella como pocas: Iglesia de la Santa Veracruz.
ESQUINA-BAJAN
Una sola vez y de suerte, me tocó en visita a la ciudad de México, ver, observar y maravillarme con semejantes tesoros bibliográficos. Los libros estaban en capelos fortificados, blindados y con severa vigilancia. ¿Qué libros atesora usted señor lector? ¿Acaso usted tiene una buena colección de libros de leyendas de México y del mundo? ¿Usted colecciona libros sobre razas de perros? ¿Usted atesora libros sobre filatelia? ¿O acaso libros científicos? O tal vez su pasión son los libros de arte, con sus láminas y reproducciones fieles con un buen texto al respecto, lo cual hace que disfrutemos aún más aquella obra que nos embota lo sentidos. Obras de arte imposibles de tener nosotros debido a nuestros magros ingresos.
Y sí, lo anterior fue también lo que llamó la intención del texto pasado en esta tertulia sabatina. Es decir, hubo varios lectores que se comunicaron para comentarme del matrimonio indisoluble entre pintura y literatura. Los vasos comunicantes y la inspiración de la obra y vida de un pintor (Egon Schiele y Paul Gauguin) en la obra de un escritor: Mario Vargas Llosa. Hay muchos, sobrados ejemplos del tratamiento literario de un esteta, un escritor el cual toma la vida de un artista, un pintor o escultor, para ofrecerla en letra redonda y con matices insospechados.
Hubo una acotación la cual ahora retomo: el abogado Gerardo Blanco Guerra me llamó y me dijo de estar revisando y haber terminado de leer ya, las memorias de Mario Vargas Llosa, “El pez en el agua” (Seix Barral, 1993). Con jiribilla, el tal Blanco Guerra me lo espetó así: “¿Ya leyó las memorias de Vargas Llosa, maestro? Le van a interesar por lo que usted acaba de escribir.” Los mariachis callaron. Recordaba tener el libro, haber empezado su lectura y subrayar con lápiz en sus márgenes mis intereses de aquella lectura. Pero en honor a la verdad, no recordaba mucho o nada del libro. Era por un motivo: sólo había leído la primera página. Puf. Ahora y de una sentada, lo he leído. Lo disfruté enormidades. Sin duda, testimonio apasionante y libro el cual es parte fundamental del corpus narrativo del Nobel peruano y español a la vez. Las memorias se confunden con el ensayo, con los aforismos, con la reflexión dilatada y el análisis político. Libro a mata caballo entre la confesión, la narrativa, la novela, el ensayo, la estampa…
LETRAS MINÚSCULAS
Pues sí, Gerardo Blanco tenía razón. Ya desde 1987, Vargas Llosa tenía en su tintero la floración de una novela sobre Flora Tristán y Paul Gaugin y tenía el primer borrador de “El Elogio de la Madrastra” sobre Egon Schiele.