Café Montaigne 83
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TEMAS
Atentos lectores como usted, el cual me lee y me regala su atención hoy, lo cual yo agradezco de corazón, palabra y pensamiento, me siguen preguntado por esta búsqueda incesante y ardiente centrada en Dios.
Anhelo, esperanza, puente, meta; pues sí, todo eso es para mí Dios, el cual se envuelve en su hálito divino y eterno y se nos esconde en una nube (Génesis), en el seco desierto (Deuteronomio y Números), en una voz o ruido tremendo (Deuteronomio y Salmos 18.13, por ejemplo), en una flor y en la naturaleza toda (Jeremías), y claro, se nos esconde en su misma palabra, en su propio “logos” (lo dice el cuarto evangelista, Juan). Dice el Libro de los Proverbios: la vida y la muerte están en poder de la lengua. “Del uso que de ella hagas, tal será el fruto”, afirma literalmente uno de sus parágrafos. Lo creo. Desde niño, desde joven lo entendí. Por eso soy escritor y mi oficio (la vida) son las palabras.
Una y otra vez, atentos y estimados lectores me piden siga con esta exploración y búsqueda de ese inasible Dios y, claro, de todo el “mundo” el cual lo rodeó: Abraham, Jonás, Job, los profetas mayores y menores; ese rebelde y jefe de guerra de guerrillas, Judas, el “Martillo de Dios”, el Macabath; y claro, ya luego los evangelistas, los poetas, los sabios y uno de los hombres más enigmáticos, interesantes y altos de la humanidad, o tal vez el más alto, el maestro Jesucristo.
Es tal su importancia en la historia y hoy seguimos hablando, más de dos mil años después, de él. Gracias por tanto comentario al respecto. Busco a Dios y lo seguiré haciendo hasta mi final. Busco un Dios el cual irrumpa en mi vida y en mi sociedad la cual me rodea, con significado. Un Dios con significado. No busco un Dios para arrodillarme y entregarme a la flagelación, no; busco un Dios de vida y para la vida. Un Dios el cual como un río me guíe.
Y esta metáfora no es mía, la tomo de ese poeta emparentado con los santos, y no con los humanos, T. S. Eliot (Nobel de Literatura, gringo nacionalizado y avecindado en Inglaterra), quien en su memorable poema “Tierra Baldía”, ve a Dios como el río Támesis. ¿Una visión panteísta? Endósele usted el corsé el cual le convenga; para mí, como para Eliot, es su indagación y exploración. No siempre exitosa, por cierto. Este Dios es magnánimo, tan magnánimo y bondadoso a manos llenas, el cual no distingue nuestra pequeñez o miseria y nos deja acercarnos a él y tomar girones de sus ropajes y esencia, o de plano entregarnos de un sólo jalón. Lo anterior fue el ejemplo de ese monje franciscano, Maximiliano Kolbe, quien en los campos de concentración de Auschwitz se intercambió por un padre de familia que iba al matadero. Él pidió ser ese cordero degollado. Así fue. Junto con otros prisioneros fue enterrado en las catacumbas hasta morir de hambre, sed y frío…
ESQUINA-BAJAN
Ejemplos hay de sobra. No es literatura, sino la esencia de nuestra vida misma. Por eso la literatura y en especial la poesía son esenciales para vivir. Inútiles para la vida cotidiana, pero esenciales para vivir como seres humanos.
Usted lo ha leído, es “La Peste”, libro ejemplar de Albert Camus. En esta breve novela, el periodista, el redactor el cual cubre esos días de enfermedad y muerte en Orán, Rambert rompe su salvoconducto para salir de la ciudad sitiada y se queda como ayudante sanitario en la ciudad amurallada higiénicamente… hasta morir con aquellos humanos infestados de dolor y enfermedad. Por cierto, Rambert estaba listo para salir del cerco y unirse con la mujer de su vida a la cual amaba.
¿Cuál hubiese sido su decisión, lector? ¿Se queda y sacrifica su vida y la da por otros, como Jesucristo; o se larga de allí luego de haber cumplido su labor como informador, como reportero y se casa con la mujer amada?
Caray, en esta novela está Dios y Jesucristo, así de sencillo.
Busco a Dios no sólo afuera, en las palabras, las cuales me rodean y me dan mi sustento más allá de lo material (lo cual cada vez más en mi vida se reduce dramáticamente), sino dentro de mí. En mi interior.
No en el corazón, esa vasija traicionera la cual sólo deja de latir y se acabó todo. No, busco a Dios en los pliegues de eso llamado alma (no siempre creo en ella). Busco a Dios donde éste se deje sentir.
En mi caso, en las palabras, en la escritura, en mi tarea diaria de periodismo, en mi tarea dilatada de escribir poesía, crónicas y narrativa. Todos son mejores a mí. Todo humano es mejor a mí. Ni se diga gente alta y garbosa como ese poeta divino, Lanza del Vasto, quien al lado de su poesía, codo con codo, construyó una comunidad agrícola, campesina, para recuperar eso ya perdido: la libertad.
Otros dos poetas, Gary Snyder y Wendell Berry, de decenas de ejemplos, dejaron su vida plácida y placentera en las grandes ciudades industriales gringas y se avecindaron en las granjas y montañas sagradas de ese territorio norteamericano y se hicieron uno con Dios y la naturaleza. Aquí, y no en otro lugar, están las huellas de Dios. Aquí, en estas vidas ejemplares y su poesía. Yo busco a Dios y sus huellas. Y cómo no citar a Francisco de Goya y su obra monumental, “Los Caprichos”, donde denuncia el desprecio, la soledad, el oscurantismo y la locura de todo mundo… aun a costa del Rey y la inquisición reinantes.
LETRAS MINÚSCULAS
Ésta y no otra es mi idea y búsqueda de Dios: un Dios el cual irrumpa con significado en esta vida. No hay otra vida.