Coahuila bailando al ritmo del son jarocho
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Con la notable excepción de aquella vez en que todos en La Vecindad le gritaron “¡ratero!” al pobre Chavito, me atrevería a jurar que nadie que sea objeto de tan copiosos, reiterados y graves señalamientos resultará ser al final la persona íntegra y virtuosa que con seguridad alega ser.
Si alguien me acusa de algo, en tanto se presentan o no pruebas a mi favor o en mi contra, se trata de mi palabra contra la de mi acusador, y ambas tienen en condiciones normales el mismo peso.
Ya la acusación hizo un menoscabo a mi reputación en un 50 por ciento, pero aún cuento con la otra mitad de credibilidad, suficiente para que la opinión pública me otorgue el beneficio de la duda y la presunción de inocencia.
Ahora, si dos individuos, por separado y sin relación entre sí, me señalan como un pillo, todavía así podríamos argumentar una desafortunada coincidencia en tanto reunimos evidencia dura con que esgrimir nuestra defensa y más nos vale hacerlo, porque le acaban de arrancar otra considerable tajada a nuestro prestigio. Nuestra credibilidad ya anda en un 25 por ciento y el 75 restante se lo pueden repartir como mejor les venga nuestros querellantes.
Pero ya si nos acusan tres, cuatro, cinco o más y todavía nos hacemos los ofendidos, lo que no conocemos es la vergüenza y lo que nos falta es lo que viene siendo madre.
Obvio, no espero que alguien se incrimine diciendo: “Bueno, la verdad es que me descubrieron… Sí, soy un bellaco pero, ¡qué tal los engañé todo este tiempo! ¿Quiúbole?”.
Claro que el instinto de supervivencia y la lógica criminal compelen a negarlo siempre todo, a descalificar a nuestros denunciantes y a desestimar sus razones. Y cuando ya de plano nuestra causa es insostenible, y ya ni con la complicidad de los representantes de la justicia nos andamos salvando del quemón o de una temporada a la sombra, entonces lo aconsejable es tener todo el efectivo posible en maletas ligeras, el resto de los valores en algún paraíso fiscal y un helicóptero con suficiente gasolina o lo que sea que usen las madres esas para volar.
Ahí tiene al Nene Consentido de la política nacional, a la sangre nueva del PRI, al bebote que es la viva imagen de la salud y la nutrición, el cuerpo de barítono y voz de castrato, el Gobernador con licencia de la hermana República de Veracruz, Javier Duarte.
Tenemos que reconocer del señor Duarte sus esfuerzos y empeño por hacer a su entidad el mismo daño que el moreirato hizo en Coahuila, pero en un solo sexenio.
Aquí se ocuparon dos Moreira para endeudar y sobre endeudar las finanzas públicas, elevar los estándares de corrupción muy por encima de lo que estábamos acostumbrados, torcer la ley a capricho para favorecer sus más personales intereses y endosarle nuestras vidas a la más violenta delincuencia.
Créame, para mí Coahuila siempre será en mi corazón el Estado número uno en corrupción e impunidad, pero tenemos que saber reconocer que a Duarte lo único, único que le faltó para llevarnos entre las patas fue un hermano que lo sucediera en el cargo.
Pues, a don Javis sus protectores lo aguantaron todo el tiempo posible y cuando más no se pudo ya, tuvieron la cortesía de darle uno o dos días de ventaja para que pusiera tierra de por medio y ahorita debe estar leyendo esta columna mientras bebe ginebra de un coco en algún resort de lujo.
Mas no se crea que tanta protección es un acto de amor desinteresado. Pasa que enjuiciar y condenar a personajes como éste resulta más costoso para quien debe juzgarlo y dejarle caer todo el peso de la voladora. Así que prefieren cargar con el bochorno de “se nos peló”, que con la pena de “tuvimos que meter al bote a mi compadre”.
¿O por qué cree usted que la Presidencia de México agotó recursos para desatorar a Humberto Moreira de su detención en España? De no haber un interés subyacente, aún estaría el profe calentando cemento.
Pero Duarte no se fue limpio. ¡No, señor! Simultáneamente a su acto de escapismo, su partido —¡qué digo “partido”!—, el partidazo, la aplanadora, el Revolucionario Institucional, le retiró al “Ratón Jarocho” su credencial de sobrino, por lo que de ahora en adelante si quiere robar algo tendrá que hacerlo sin licencia (como “freelance”, supongo).
Coahuila ha sido, decíamos, tan devastado o más que Veracruz por el Huracán Duarte, nomás que aquí sí nos cayeron dos rayos en el mismo lugar. Tenemos un monstruoso endeudamiento imposible de justificar y demasiados casos de enriquecimiento inexplicable, hay centenares de muertos y desaparecidos que jamás recibirán justicia, y bueno, hasta en lo de las empresas fantasma nos parecemos a la otrora Villa Rica de la Vera Cruz.
Y ya sea desde Texas o desde España, incontables causas y líneas de investigación apuntan todas en una misma dirección: ¡Exacto! El Estado con Energía.
Los dedos de testigos cruciales aquí y allá señalan unánimes a un mismo epicentro ubicado en el Palacio Rosa. ¿Coincidencia? Le repito, sólo que se tratara del Chavo del Ocho.
Y ahora que el contador de cierta afamada y próspera organización delictiva incrimina a diversos actores del moreirato temprano y tardío, el Gobernador de Coahuila, don Rubén Moreira, se dice ofendido y asegura que su administración jamás ha pactado con el crimen organizado, como si tuviera lógica que el señor don “Mono” inventara de la nada un vínculo entre su grupo delincuencial y algunos destacados funcionarios coahuilenses. ¿Qué ganaría con eso?
Pero ya le digo, así lleguen otras 100 incriminaciones, lo lógico será que sigan fingiendo demencia con cara de víctima.
Por supuesto, Duarte también lo negó siempre todo, hasta que llegó, claro, el momento de pelarse sabrá Dios a dónde.
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