Cuarentena. Cap. 2. “La fiebre de las cabañas” o de cómo sobrevivir con una dieta rica en prójimo
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Es un hecho bien conocido –y lo hemos comentado ya– que Stephen King no quedó muy contento con la adaptación que hiciera de su novela “The Shining” (“El Resplandor”) aquel monstruo fílmico llamado Stanley Kubrick. Pese a que admite que la pieza cinematográfica es un clásico imperecedero, su descontento obedece a que en la adaptación quedaron fuera algunos temas que el libro toca.
Kubrick hizo lo correcto: tomar de la fuente original únicamente lo que le servía para construir la historia que él quería contar, sin consideraciones innecesarias a la pluma del autor.
No obstante, el aspecto que sí abordaron ambos de manera magistral fue el desmoronamiento psíquico del personaje (antagónico en el libro, protagónico en el filme), el padre alcohólico en recuperación, Jack Torrance, a causa de las fuerzas sobrenaturales o, en todo caso imputable, a la denominada fiebre de las cabañas.
Traducida del inglés cabin fever, se conoce como fiebre de las cabañas a un padecimiento caracterizado por los estados depresivos, ansiosos y de irritabilidad que contrae un individuo que se ve obligado a pasar un prolongado periodo de cautiverio y aislamiento social.
Es obvio que ya sabe por dónde voy con este texto –yo creo que desde el título– así que no sé para qué tanto preámbulo, pero supongo que hay que tener consideración con los más despistados. En fin.
El término al parecer se acuñó en referencia a los colonos que quedaron varados durante los largos y crueles inviernos de las regiones montañosas de Norteamérica.
Atrapados durante meses, en pequeñas cabañas sepultadas por la nieve, aquellos desdichados de menos tuvieron alucinaciones con la Rana René, dos siglos antes del Show de los Muppets.
No quiero predisponer a nadie (sobre todo a los hipocondríacos como yo), pero los síntomas de este trastorno van de la apatía más desesperanzadora hasta los lindes de la locura, pasando por irritabilidad y estados paranoicos, sin mencionar las alteraciones físicas como la imposibilidad para dormir o un drástico aumento o disminución del peso. Súmele que aquellos pobres desdichados en las montañas tenían que ponerse más que creativos para procurarse algún alimento. Y no es como que se les dificultara cazar o recolectar algo que llevarse a la boca, sino que cuando caen dos o tres metros de nieve no hay sencillamente nada.
Así fue como se volvió trágicamente célebre la expedición Donner-Reed, un grupo de pioneros que en su trayecto rumbo a la soleada California quedaron cautivos por el crudo invierno de la montaña. Cuando el deshielo por fin les permitió salir, ya le faltaban varios miembros a la expedición, y es que en el ánimo de no suspender la carnita asada de los viernes tuvieron que incurrir en el canibalismo. No es coincidencia entonces que este hecho se mencione al inicio de “El Resplandor”.
Si bien los de la expedición Donner tuvieron que comerse a sus semejantes, sus penurias no se comparan a nuestra actual crisis por el papel higiénico, ya que ni modo que le arranquemos la piel a nuestros congéneres para limpiarnos el…
Y en lo que respecta a la antropofagia, no le veo nada objetable, si comer parientes es el pasatiempo favorito de las familias mexicanas. ¡Desayunen, almuercen y cenen cristiano! Hablen de las tías neuróticas, de los tíos infieles, de los sobrinos que no salen del closet, de las sobrinas quedadas. Con tal de no perder la cordura, bienvenidos los tacos de prójimo.
Hay páginas e instituciones ofreciendo contenidos en línea gratuitos para estos tiempos difíciles, siendo el más humanitario de todos el portal pornográfico PornHub, que tiene su servicio gratuito en los países más duramente castigados por la pandemia. ¡Menudo consuelo en medio de una crisis mundial! ¡Cómo se les ocurre! Además, ¿cuántas veces puede uno procurarse autosatisfacción erótica? A lo mucho unas 13 o 15 al día, y ya con la edad quizás la mitad. ¡Así que gracias por nada, PornHub!
Ya un poquito más en serio, recuerde que el tal Jack Torrance estaba medio tocado por el gusanillo del alcohol y en estos tiempos de ocio obligado sería quizás tentador echar trago un día sí y otro también. ¡No lo haga! ¡Evítelo, por favor!
Bien sabe usted que mis empachos nunca son de índole moral, pero como que no está padre comenzar a beber para llenar las horas huecas del hastío. De verdad, no caiga en la tentación, no vaya a ser que le quede la mano sabrosa de tanto preparar jaiboles. Vale lo mismo para la comida y otras sustancias, no las agarre por su cuenta cual negra paloma. En serio, no queremos verlo a su triunfal regreso al mundo exterior todo hinchado, color apache y con el cuero arrugado. ¡Disciplínese tantito!
También, en países como China, por la cuarentena se registró un alarmante aumento en la violencia doméstica. Algunos países tomaron medidas preventivas e instalaron líneas de atención especiales. Pero ya sabe que nuestra autoridad siempre está papando moscas, no previendo ni siquiera que somos primer lugar en índice de suicidios.
Así que le conmino a que coma bien, duerma suficiente y se ejercite en cuerpo y mente. Sí, el maratón de Nesflis está ok, pero dele una oportunidad a los documentales, a alguna lectura que no tenga que ver con el COVID-19, practique meditación o aprenda algo.
O haga lo que yo, que comencé a escribir mi novela largamente postergada y cuyas primeras líneas le comparto aquí en exclusiva:
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.
Con trabajo y sin descanso, se nos va a aburrir el ganso.