Divos, petimetres y delincuentes
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Los norteamericanos siempre necesitan un referente para explicarse los fenómenos ajenos a su cultura. Así, para dimensionarle a “El Divo de Juárez” a la teleaudiencia gringa, los noticieros lo reseñaron como el “Sinatra Mexicano”.
A mí no me gustó esta comparación (no porque me parezca uno indigno del otro), sino porque el parangón se quedó corto a mi parecer.
Para explicarle a un extranjero lo que Juanga le representaba al pueblo de México, habría que pedirle que metiera mentalmente en una licuadora dos tazas de Elton John, cinco cucharadas bien cargadas Michael Jackson, Willie Nelson al gusto, muchísimo Liberace y alguien mencionó por allí que la receta también lleva James Brown.
Yo no sé a qué le pueda saber la salsa resultante al gringo (o al millennial) promedio, pero quizás así pueda hacerse una aproximación no sólo musical, sino también social sobre el impacto del máximo histrión de habla hispana.
Ya era anticipable la irrupción en redes de algún intelectualoide validando la razón de su existencia por medio del demérito al ídolo popular. Dichos seres son tan grises que viven esperando un momento así de coyuntural para espetarle su desdén al mundo (porque ellos están tejidos a mano, dicen). Y es así que cuando un astro emite sus últimos fulgores y todos estamos atentos, dichos mamoncetes reclaman la atención que están seguros les debe la humanidad.
Porque expresar disgusto o franca aversión hacia cualquier propuesta musical es incuestionablemente legítimo, pero no distinguir cuando alguien ha rebasado con creces el ámbito farandulero y se convierte en patrimonio de un colectivo tan grande como son todos los hablantes de una lengua, es de una ceguera preocupante.
En esta ocasión se ganó, y por mucho, el privilegio de ser el odioso pajarraco carroñero que, disfrazado de ser humano (¿?), acecha en cada funeral, el director de TV UNAM, Nicolás Alvarado.
Los antecedentes de este personaje son sus estudios en Comunicación (¡trágame, Alma Máter!), su desdén por la lentejuela (él prefiere vestir como petimetre a lo Pee-wee Herman) y, de acuerdo a mis informantes que han tenido el infortunio de conocerlo en persona, una irrefrenable vocación por repeler a cuanto ser humano cruce más de dos palabras con él.
Pero no nos ocupemos más de este pobre desgraciado cuyo sepelio, es previsible, en lo concerniente a la cantidad y calidad de su concurrencia, será raquítico, aunque eso sí, de un gusto “exquisito”.
Quería en esta entrega desahogar algunas ideas que se me quedaron en el tintero (en el CPU sería más correcto), respecto al llorado cantautor. No obstante, ya siento que es un deber ligarlo con algún comentario tocante a nuestra absurda realidad política y social.
Como genio calificó nuestro ínclito Gobernador coahuilense al extinto autor de “El Noa Noa”. Y la verdad es que, aunque escueto y desganado su comentario, qué bueno que don Rubén Ignacio Moreira aprecia al ícono vernáculo-pop.
“Sí era un genio!! (sic)” se publicó en la cuenta oficial de Facebook de @rubenmoreiravdz junto a una fotografía de Juanga en plena actuación. Y qué bueno que el Góber es puntual para emitir opiniones, posturas y pronunciamientos sobre la agenda del día.
Lástima, pero de veras qué triste, aciaga y patética lástima me da, sin embargo, que el señor Moreira Valdez esté más pendiente de comunicarnos sus impresiones del mundo del arte y la “artisteada”, no así de los asuntos de capital importancia para la vida de los coahuilenses.
A mí me alegra que el Jefe del Ejecutivo en el Estado celebre la vida y obra de don Alberto Aguilera, pero me haría mucho más feliz si nos ofrece una opinión más extensa de 140 caracteres, una opinión cabal, exhaustiva, no personal, sino en su calidad de mandatario sobre el desarrollo y curso que han tomado las investigaciones en torno a la red coahuilense de estafa, lavado de dinero y asociación criminal que lleva a cabo la justicia norteamericana.
Justo ahora que nos enteramos de que el estado de Texas ha puesto en subasta los bienes incautados a Javier Villarreal, el chivo expiatorio de la pasada administración, colaborador (igual que usted) del “moreirato temprano” y con quien figura en diferentes fotografías de aquellas mejores épocas conocidas como el sexenio de la gente. ¿De eso nada?
Ahora que nos enteramos de que lo incautado al monigote ese de Villarreal Hernández asciende a 37 millones de dólares (robados al erario coahuilense), cifra inferior al legado en su testamento por el hijo predilecto de Ciudad Juárez después de una vida de éxito avasallador. ¿De Javier Villarreal no piensa decirnos algo, señor Gobernador? ¿Que es un genio, quizás, aunque sea un genio del mal?
¿No? ¿De veras no tiene nada, nada, nada, nada, nada, nada qué decirnos a los coahuilenses?
¿O es que acaso, lo que se ve, no se pregunta?
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