El ejido más seco
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Cómo cada lugar tiene su historia.
Aunque hay lugares que por su historia buena o mala se vuelven interesantes.
Y es el caso de un ejido de Ramos Arizpe llamado Nuevo Yucatán.
Para empezar, le diré
que es el ejido más pobre de aquel municipio industrial.
A este ejido se llega por un camino de tierra, mejor dicho, brecha, horrible.
Porque no hay otro adjetivo que lo describa mejor.
Y lo peor de todo, el distintivo que caracteriza a este lugar, es que no hay agua.
Ni gota.
Por años se han hecho exploraciones de entre 500 y 600 metros en el subsuelo y hasta ahora no han encontrado agua.
El agua, que seguramente en algunos años, y como predijo Einstein, será motivos de la próxima gran guerra, sino es que ya lo es.
Pues bien, le hablaba de Nuevo Yucatán, el pueblo donde la gente se muere sed y, dicho sea de paso, a las autoridades parece no importarles.
Yucatán es como esos ejidos pobres del semidesierto, con sus casas de adobe, sus chimeneas humeando, sus burros rebuznando y sus estanques de agua llovediza, donde beben los animales y los pobladores, a falta de agua mejor.
Pero a mi parecer creo que es un lugar que algo bueno tiene y es el arraigo de sus gentes.
Porque a pesar de que en Yucatán no hay agua ni carretera ni otras cosas vitales, la gente no se va.
Y no se va.
Y sienten coraje cuando los de afuera les reprochan vivir en un lugar tan alejado y seco, como éste.
Sobre la escasez de agua los habitantes de Yucatán cuentan historias tremebundas de mujeres que esperaban los camiones que venían de la mina, en Yucatán había una mina de estroncio, con sus tinas de agua para que les dieran, siquiera, un chorrito.
Los moradores de Yucatán han aprendido a vivir por generaciones de ir cada vez más lejos al monte a traer candelilla y cocerla en las pailas.
“Éste es el oficio del diablo”, me dijo una vez una ejidataria de otro rancho.
Y han aprendido a vivir de trasladarse a Estación Marte, el pueblo más próximo, para comprar agua embotellada, cuando tienen unas monedas, cuando hay con qué.
Y aprendido a vivir de tomar el agua verdosa de sus tanques, cuando no hay de otra.
O de acarrear agua en sus desvencijadas trocas para los quehaceres domésticos porque la pipa de agua va allá cada que se acuerdan los funcionarios del Ayuntamiento de Ramos.
Pero aún así, la gente de Nuevo Yucatán no se va.
Y no se va.
Quisiera pensar que es por amor a esa tierra y no por masoquismo.
No, es por amor...
Seguro.
Jesús Peña
SALTILLO de a pie