El hombre más feliz de la historia: Las ecuaciones que quitan el sueño en Jerusalén
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Fragmento del Primer Capítulo de: El Hombre más Feliz de la Historia cortesía Editorial Océano
Por: Augusto Cury
Jerusalén era un museo a cielo abierto, el pulmón de los acontecimientos mundiales. Ninguna otra ciudad del planeta —Nueva York, Shanghái, Tokio, París, São Paulo— producía tanta información para las agencias de noticias. Por sus arterias circulaban asiáticos, europeos, americanos, latinos, africanos, todos desesperados por respirar el oxígeno de la historia.
Millones de personas confluían por los lugares por donde hace dos milenios pasó un carpintero que sorprendió al mundo. “Él anduvo por aquí”, decían algunos guías turísticos, conmovidos, acompañando a grupos de japoneses, chinos, coreanos.
“Fue traicionado en el Huerto de los Olivos”, proclamaban otros guías, acompañando a grupos de franceses, alemanes, italianos.
“Aquí tienen el Santo Sepulcro”, indicaban otros guías, entusiasmados, acompañando a norteamericanos, latinos, africanos.
Las personas se emocionaban al describir sus comportamientos, pero no tenían la menor idea de que Jesús fue la mente más compleja que haya pisado esta Tierra. No entendían que, con una de sus manos, el carpintero tallaba la madera y con la otra, la personalidad humana. Él usó códigos de gestión de la emoción únicos, que tenían como objetivo revolucionar la historia de la humanidad.
Los códigos de Jesús quedaron ocultos a los ojos no sólo de los científicos, sino también de miles de millones de religiosos que lo admiraron a lo largo de la historia. Jamás un hombre tan elogiado fue tan desconocido. Sin embargo, un osado pensador de la psiquiatría, el doctor Marco Polo, ateo declarado, investigador determinado, estaba en Jerusalén, en pleno siglo XXI, no para visitar los sitios arqueológicos, sino para realizar algo impensable, una jornada épica que la ciencia y las religiones no tuvieron el valor o la habilidad de hacer: estudiar la sofisticada mente de Jesús bajo el prisma de la ciencia.
“Si hubiera vivido en los tiempos de la Inquisición, doctor Marco Polo, usted sería el primero en ser lanzado a la hoguera”, decían las personas que lo conocían.
Marco Polo procuraba ansiosamente encontrar incoherencias en las tesis de Jesús, debilidades en sus pensamientos y fragmentaciones en su personalidad. Pero mientras más investigaba, más quedaba atónito, perplejo, asombrado. Igual que el aventurero veneciano que hace muchos siglos exploró el mundo antiguo, Marco Polo era también un explorador, sólo que de otro mundo, más complejo y más accidentado: el intelecto humano. Nunca un ateo tan famoso y descreído se sorprendió tanto. Sus análisis sin sesgo religioso de ese enigmático personaje lo llevaban a detectar las insanias de la humanidad, así como sus propias fragilidades y “locuras”.
“He caído del pináculo de mi orgullo”, decía a sus amigos íntimos. Cierta noche de luna menguante, fría, silenciosa y en apariencia sin sorpresas en Jerusalén, el audaz psiquiatra tuvo un ataque de pánico mientras dormía. Marco Polo despertó desesperado, con taquicardia, jadeante, bañado en sudor. Había tenido pesadillas sobre algo poco común: el futuro de la familia humana. En esas pesadillas presenció el asesinato de la infancia de los niños, una epidemia de suicidios, violencia en las escuelas, discriminación de todo tipo, la dictadura de la belleza, la soledad tóxica en la era digital…
“¿Qué está pasando con la especie humana? ¡La humanidad se está volviendo inviable!”, se dijo asombrado al despertar. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Y completó: “Estamos aprendiendo a odiarnos, a distanciarnos, a alienarnos, cuando deberíamos aprender a amar, abrazar, incluir…”
El gran pensador de la psiquiatría parecía estar siendo devorado por predadores. Sus ideas lo consumían por dentro. Su pánico era alimentado por dos ecuaciones emocionales que afectaban el futuro de nuestra especie, y que le perturbaban el sueño.
“¿Por qué estamos ante la generación más triste de todos los tiempos, si tenemos la más poderosa industria para financiar el placer de la historia?”. Así, angustiado, formuló la primera ecuación. Enseguida, enunció la segunda: “¿Por qué toda la humanidad está enfermando emocionalmente, si la medicina, la psiquiatría y la psicología han dado saltos sorprendentes?” Era una tarea dificilísima, la de comprender las causas que entristecían a la humanidad y que nutrían los altos índices de ansiedad, agotamiento cerebral, depresión, suicidios y violencia social.
Augusto Cury es psiquiatra, investigador y escritor. Sus innovadoras ideas se han adaptado como cursos de posgrado en universidades en Brasil. Actualmente dirige la Academia de Inteligencia de São Paulo, un centro académico especializado en educación socioemocional, con más de 250 mil alumnos. Sus libros se han publicado en más de 70 países, ha vendido más de 28 millones de ejemplares y es considerado el autor brasileño más leído en la actualidad. 2018 a su trabajo literario en la categoría Creadores con trayectoria. Ha leído algunos de sus poemas en el Palacio de Bellas Artes de México.