El silencio en medio de la violencia
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En un mundo en el que parece que el ser humano está siendo educado para la guerra, las armas para combatirla están en la casa son: la comprensión, la alegría, el perdón y la reconciliación
Que ciertas fueron las palabras de Teresa de Calcuta cuando afirmó: “la paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias”.
También tuvo razón Martin Luther King cuando expresó: “hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”.
El gran Mandela también profetizó: “si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”. “Porque ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.
EL ALIMENTO
Lo anterior viene a colación porque me entristece continuar constatando que en nuestro país desde tiempo atrás se ha esparcido una semilla maldita, me refiero a la mismísima hija del diablo: a esa violencia que se manifiesta mediante miles de pequeñas guerras.
Unas emprendidas por el narcotráfico y el crimen organizado, otras por las pandillas que pululan con toda impunidad en nuestras comunidades, otras por los conflictos políticos y sociales, y otras tantas libradas en el seno de los mismísimos centros escolares que utilizan el castigo como pedagogía y las que nacen en infinidad de hogares mexicanos y así sucesivamente. Me temo que en México vivimos un vértigo de terror de proporciones inimaginables.
Violencia que es alimentada por el desamparo, la discriminación, la pobreza, la injustica y desigualdad social, por esas terribles condiciones sociales en las cuales superviven millones de niños y jóvenes. Violencia también avivada por la impunidad, la corrupción y el mal ejemplo de muchos de los políticos mexicanos.
La violencia también se nutre de la televisión mediante programas agresivos y violentos; situación que provoca, entre otras cosas, que pequeños y jóvenes paulatinamente se vuelvan insensibles al dolor de los “otros”, al tiempo que aceptan a la violencia como un medio para resolver sus problemas.
En síntesis, podría pensarse que la sociedad está siendo educada para la violencia y no para la paz.
DOMICILIADO…
Muchas personas sostienen que la guerra existe porque el hombre es naturalmente violento y que por esa razón inconscientemente aceptamos la guerra como un fenómeno normal, pero leyendo un artículo del escritor uruguayo Eduardo Galeano, me encuentro con un enfoque distinto: “David Grossman -menciona Galeano- que fue teniente coronel del ejército de los Estados Unidos y está especializado en pedagogía militar, ha demostrado que el hombre no está naturalmente inclinado a la violencia. Contra lo que se supone, no es nada fácil enseñar a matar al prójimo. La educación para la violencia, que brutaliza al soldado, exige un intenso y prolongado adiestramiento.
Según Grossman, “ese adiestramiento comienza, en los cuarteles, a los dieciocho años de edad. Fuera de los cuarteles, comienza a los dieciocho meses de edad. Desde muy temprano, la televisión dicta esos cursos a domicilio”.
Interesante comentario. Tal vez, la guerra no se encuentra en nuestra naturaleza, tal vez somos belicosos porque nos acostumbramos a ver la violencia como algo natural, como algo inherente a nuestra existencia. Tal vez, el cúmulo de noticias que, día a día, proponen lo peor del ser humano ya nos cegaron para ver lo mejor de él. Quizá, nuestra deshumanización es causa de un patrón aprendido. Quizás en el fondo la mayoría somos seres pacíficos.
Estas son especulaciones, el caso es que hoy –como arriba lo comenté- la guerra se ha domiciliado no solo en ese “macro mundo” despersonalizado, alejado, externo e indefinido en el que vivimos, sino ya se apoderó de nuestras comunidades, calles, esquinas, escuelas y hogares.
Otras personas sugieren que la guerra es provocada por líderes locos, enfermos de poder, por violentos que de alguna manera se las arreglaron para llegar a los más altos puestos de los gobiernos que gobiernan; sin embargo, yo estoy más de acuerdo con Martín Descalzo: “el mundo –dice este autor-tiene líderes violentos cuando es el propio mundo violento. Si el mundo fuese pacífico, los líderes violetos estarían en sus casas mordiéndose las uñas. La guerra no está en los cañones, sino en las almas de los que sueñas dispararlos. Y las disparan”.
REALIDAD GLOBAL
La guerra tiene un aspecto muy personal en donde cada uno tenemos bastante responsabilidad: o deliberadamente somos combatientes o no lo somos. La guerra se genera en los lugares y rincones más pequeños y extraños que nos podamos imaginar: en las relaciones que cada uno de nosotros emprendemos con los demás, con los más próximos, con nuestro prójimo.
La guerra tiene una dimensión estrictamente personal: se gesta en nuestros más íntimos pensamientos, en esas miradas esquivas o acusadoras, en las palabras que jamás debimos haber pronunciado, en nuestras omisiones, egoísmos y envidias, en nuestro afán de tener, en el deliberado abandono que personalmente tenemos con aquéllos que sufren, o están desamparados, o no tienen empleo, o que sabemos que se mueren de hambre y no hacemos nada por remediarlo; se gesta la guerra cuando otros seres humanos requieren de nuestra mano, de un poco de comprensión, de una palabra cálida y nos negamos a hacerlo. Una guerra sin declaración se gesta cada vez que dejamos de mirarnos como humanos.
De esas pequeñas e imperceptibles contiendas personales, silenciosamente se van agregando, amontonando, como una fatal epidemia, muchas otras, las de los “otros” hasta que, paulatinamente, todos construimos, entretejemos una sociedad enojada, deshumanizada, violenta, dispuesta a destruirse a sí misma, y desde este punto de “no retorno” la guerra se transforma en una realidad global.
LA PALABRA PAZ
El mundo todos los días está en guerra si observamos lo que Martín Descalzo también apunta: “Me gusta, por eso, que el diccionario, cuando define la palabra <
¿Qué hacer? Propongo decir “No a la guerra”, “No a la violencia”, pero un “No” singular: sin pancartas, sin gritos, sin desfiles, sin declaraciones, sin protestas públicas. Propongo un “No” desde nuestras personales almas, un “No” que dentro de nuestros corazones y mediante nuestros diarios actos, sufra una alquimia, una metamorfosis y se transforme en un rotundo “Sí”: “Sí a la vida”, “Sí a la comprensión”, “Sí a la fraternidad”, “Sí a la alegría”, “Si a la generosidad”, “Sí a la amabilidad”, “Sí a la paz”.
CREAR LA PAZ
Estoy convencido que las armas verdaderas que el mundo tiene para luchar en contra de la guerra se encuentran en lo más próximo, en casa, en el hogar de cada uno de nosotros y ellas son la comprensión, la alegría, el perdón y la reconciliación.
Individualmente es imposible evitar guerras internacionales o intestinas, pero nadie nos impide empezar hacer la paz con los que se encuentran cercanos a nosotros, nadie puede frenar el hecho de convertir el vinagre que llevamos en nuestras personales almas en vino generoso, digno de compartir.
Nadie puede evitar que salvemos al mundo desde el corazón; desde nuestros hogares, pensando en avanzada y realizando personalísimos actos. Así es: la paz del mundo empieza dentro de cada uno de sus habitantes, porque es ahí donde la guerra, la mismísima hija del diablo, tiene su más apreciada morada. Crear la paz es una tarea también muy personal, para eso hay que empezar a mirar y reflexionar sobre lo que hay en la tierra y quienes la habitamos. El silencio es una forma de complicidad.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo