Entre la vida y la muerte
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El vivir es un proceso tan ignorado en la vida diaria que se hace presente cuando se ausenta.
El vivir está aparentemente tan disecado que se reduce a una mera fórmula: nacer-reproducirse-crecer-morir. Una fórmula que elimina los tiempos y sus edades, los recuerdos y los sueños, la rutina y los ideales, la energía y el silencio de las mañanas y de las tardes, de las novedades de los niños y de la serenidad o la angustia de las transiciones.
Es muy preocupante que “En Coahuila haya un suicidio cada 2 días” (VANGUARDIA 01/28/2019), pero el problema del vivir y morir no se reduce a una estadística. Las estadísticas de feminicidios, asesinatos y crímenes, al igual que las enfermedades crónicas y terminales, física y mentales, son también fórmulas disecadas que ya no llaman la atención, se han vuelto “populares”, cotidianas, tan normales que mantenerse sano es casi un lujo.
¿Qué tienen en común los suicidios y las enfermedades? Esta es una pregunta que no nos hacemos porque aparentemente son dispares. Mientras que la enfermedad es sufrida, el suicidio es deseado; las causas de la enfermedad son descubiertas, las del suicido son encubiertas, la enfermedad exhibe sus síntomas, el suicidio los esconde o disimula.
Erik Fromm elaboró a partir de su larga experiencia de terapeuta la teoría de la “biofilia” y la “necrofilia”del ser humano: “amor a la vida” y “amor a la muerte”. Aparentemente es inconcebible que un ser humano “ame la muerte “y destruya la existencia. Sin embargo el matar y matarse en una guerra o en una calle es una práctica común desde Cain y Abel. El suicidio y la enfermedad tienen en común el peligro de la muerte y también el desearla consciente o inconscientemente, de manera justificada o injustificada, racional o irracionalmente. Suprimir la vida puede ser autorizado jurídicamente aunque se estén asesinando los bosques (fuente de vida), las personas en gestación llamadas fetos, los enfermos mentales mediante la pena de muerte.
Todos estos hechos implican una actitud criminal permanente del amor a la muerte, que elimina y desaparece de la sociedad el amor a la vida. ¿Amor a la vida? ¿A cuál vida? Cuando la mente humana interpreta todo su vivir cotidiano, sus relaciones y su futuro de manera negativa y trágica, empieza a despreciar la vida propia y la de los demás.
Cultiva una manera de pensar que lo lleva a la enfermedad física o mental, a un lento suicidio (como llaman en “Alcohólicos anónimos” al alcoholismo) y en ocasiones a un violento suicidio.
Sin embargo desde hace algunas décadas nuestra sociedad muestra una creciente tendencia de “amor a la vida”. Las guerras son llamadas genocidios, los abortos son desenmascarados como crímenes aunque se gesten en un vientre no deseado, la medicina se enfoca a la prevención, los alimentos nocivos para la salud están siendo denunciados como chatarra y las redes sociales se han convertido en transmisores de mensajes positivos, amorosos, amigables y ecológicos revelando al ser humano que ama la vida, la familia y la naturaleza.
En la medida que la biofilia se vuelva global, la necrofilia, el odio y el suicidio dejarán de ser “normales”.