Generación sin faro
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El faro es una construcción que se coloca en la parte alta de una costa para servir de guía en la noche o en una tormenta a los navegantes. El objetivo es mediante una luz intensa, que traspasa la oscuridad, dirigir la embarcación de los marineros a un lugar seguro y no encallar en los arrecifes. Sin embargo, en la actualidad los faros han perdido su importancia y su función, ya que la mayoría de las embarcaciones usan sistemas de navegación satelital y digital.
Recuerdo en mi niñez, mis padres me enseñaron a respetar y escuchar a la autoridad que eran los maestros, los abuelos, los sacerdotes, los policías y los otros adultos. Mis padres siempre representaron la luz para guiarme en la vida. Según Pew Research Center (Centro de Investigación Pew) en los Estados Unidos uno de cada tres adolescentes ha perdido la confianza a los adultos. Sin importar que sean sus padres, maestros o cualquier autoridad de la sociedad. Piensan que su realidad es la única verdad. Ya no tienen un faro (sus padres) que los pueda enderezar de rumbo cuando van directo a estrellarse a los arrecifes. No considero que sea una generación desorientada sino sin orientación. Me llama la atención entre mis estudiantes la falta de fe o sentido de trascendencia en sus vidas. Los jóvenes no solamente cuestionan las creencias de sus padres sino que se burlan de ellas.
Formar una familia ya no es una de sus prioridades: “¿Tener familia?, ni loco. ¿Sabes lo que significa? Perder mi libertad y tener que gastar mi dinero en alguien que después ni me lo va agradecer o quitar”. Esta fue la respuesta de uno de mis estudiantes universitarios cuando le cuestioné sobre lo que quería en su vida. Y otro me contestó: “Primero soy yo. No sé por qué mis padres me trajeron a este mundo. Ellos se divorciaron y pelean como perros y gatos. Jamás seré como ellos y ni tendré familia”. Vivimos una sociedad donde muchos faros están apagados o a media luz, que impide claridad en la vida de nuestros hijos: padres alejados por rompimiento matrimonial, maestros no interesados en ser modelos por miedo de ser atacados por los papás, mamás que quieren ser “cool” con sus hijos y les solucionan todos sus problemas y los llenan de privilegios, abuelos que los obligan a cumplir funciones de padres sin energía y nietos confundidos en seguir la autoridad de sus abuelitos o sus padres.
Hoy los faros se han convertido en celulares y tabletas que los hace creer que su luz es la verdadera y correcta. Los padres han permitido que este sea el modelo a seguir. Cuando visitan a los abuelos, en vez de crear una conversación de valores y costumbres con ellos, están todo el rato inmersos en su celular, o cuando vamos en el carro les permitimos que estén en su tableta para no tener el problema de qué tema hablar con ellos o tener conversaciones incómodas que no sepamos qué contestar, porque nuestra vida no refleja nuestras palabras. Seamos como el Faro de Alejandría, considerado como una de las siete maravillas del mundo, cuya altura era de poco más de 100 metros e iluminaba a los marineros la costa del Delta del Nilo para dirigir su rumbo a Egipto. Iluminemos a nuestros hijos por su viaje en la vida. Seamos esa luz que nunca muere y, sin importar noche y tormenta, nuestros hijos encontrarán el mejor camino para llegar a su destino.
jesus.amaya@udem.edu