La tragedia de la polarización en México
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La polarización que estamos viviendo en México no es asunto menor, quienes no la quieran ver, allá con su ceguera consentida por las cincuenta mil razones que tengan, o por la ignorancia que los abata, al final del día cualquiera de las dos contribuye a lo mismo. Cuando el temor y/o el rencor se enfundan en la misma percepción mezquina y miope de la realidad, la Nación es la que pierde, porque sus de por si entecas instituciones se debilitan más y bueno ya del estado de Derecho ni hablamos. Una sociedad dividida y con miedo es más fácil de manipular. Dividir a las audiencias es un mecanismo a lo Maquiavelo para influir a las personas de forma contundente. El cofundador de la Fundación Gapminder, Hans Rosling, le denomina a esta tendencia a andar dividiendo al mundo en buenos y malos, ricos y pobres, nacionales y extranjeros: “instinto de separación”. Define a este “instinto” como “…la irresistible tentación que sentimos de dividir todo tipo de cosas en dos grupos diferenciados y, en ocasiones, contradictorios, con una separación imaginaria –un enorme abismo de injusticia– en medio de ambos”. Esta idea de separación del mundo en dos, genera una percepción errónea de la realidad. Y, a todas luces, hay sectores de la sociedad a quienes reditúa este separatismo. Desde esta perspectiva se crea un enemigo al que se culpa de todo, por ende el juicio crítico se colapsa.
Epicteto, filósofo de la estoa (Nació en el año 50 d.C. en Hierápolis, ciudad de Roma) afirmaba que: “son unos locos (…) los que creen que el mundo es blanco y negro, el bien frente al mal, donde siempre es posible diferenciar con claridad a los buenos de los malos. Ese no es el mundo en el que vivimos, y suponer lo contrario es bastante peligroso y demuestra muy poca sabiduría”. Cuando no se padece este tipo de espasmos conceptuales, para llamarlos de manera educada, los humanos nos damos cuenta que entre el blanco y el negro hay una gama importante de grises, y nos resulta más fácil distinguir que en cada postura hay aspectos positivos y entonces se facilita el tránsito a proyectos comunes, muy por encima de las diferencias.
Hoy día se han puesto de moda los candidatos antisistema, se han impuesto aprovechando el malestar social de una clase media que se siente vilipendiada por gobiernos que se han empeñado en olvidar que son el estrato social que define la bonanza de una nación, el indicador contundente de que las políticas públicas si están pensadas y encaminadas para generar bienestar generalizado. En América Latina, el alza de los impuestos en las clases sociales medias, los escándalos de corrupción con dinero del erario y la impunidad que ampara a los funcionarios defraudadores, y la cada vez más notoria desvinculación de los políticos con la realidad social y las problemáticas del común de los mortales, han contribuido con creces a erosionar la confianza en las instituciones y en los partidos políticos tradicionales, abriendo la puerta al radicalismo.
La gravedad del problema estriba en que así no funciona la democracia, porque esta sólo se fortalece en la vía de los consensos y en el reconocimiento y respeto de los disensos, en la búsqueda inteligente de soluciones imperfectas - si imperfectas, lo perfecto no existe - y en la construcción en plural de vías y puentes para encontrarse. Necesitamos un Estado eficiente y, una iniciativa privada fuerte y competitiva en el mercado nacional e internacional. Necesitamos una cultura de productividad y no de burdo asistencialismo con finalidades clientelares para los comicios electorales. Necesitamos políticas que apoyen al micro, pequeño y mediano empresario, al que trabaja y no al vago sin oficio ni beneficio. Los Estados benefactores son oprobioso ejemplo de la injusticia social que impera en su población. Un país tan rico como México no debiera de tener pobres, si los hay es producto de las raterías a más de la ineficiencia de sus gobernantes y de la pésima educación recibida, que sigue formando súbditos no ciudadanos. El desempleo y la pobreza son despreciables, son vergüenza para un gobierno que no ha sabido generar condiciones para que la gente viva acorde a su dignidad de personas y también para un pueblo que se calla y se aguanta. Ya estuvo suave de tanta retórica, necesitamos HECHOS.
El precio que se paga es muy alto, sobre todo cuando se trata de una Nación que ya sabe a qué clase de esclavitud condenan el populismo, el clientelismo y la dictadura disfrazada de políticas asistencialistas. Para combatir esta era de desencuentro y mesianismo demagógico tenemos el deber ineludible de recuperar nuestra memoria institucional, y si no sabemos preguntamos, necesitamos con carácter imperativo, ver claro y profundo, asumir nuestra investidura ciudadana de una vez por todas con carácter participativo y deliberante frente a un gobierno que por supuesto no lleva la razón inmersa en la persona de su titular, aunque se desgañite un día sí y otro también, presentándose y ostentándose como el salvador de México.